El danés Carl Nielsen (1865-1931) compuso su Concierto para clarinete op. 57 en 1928. Sin la forma del concierto clásico, con una primera parte animada, una segunda lenta, una tercera relacionada con un scherzo y una especie de rondó final, que se tocan de un tirón, no es música fácil para el oyente ni para el ejecutante. Su inclusión en el séptimo concierto del abono de la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia, esta vez menos ampliada, con su directora titular Virginia Martínez, ha constituido primera audición en Murcia.

Solista en la obra fue Pedro Franco (Murcia, 1988), primer clarinete de la Orquesta Sinfónica Nacional de Dinamarca que, técnicamente capaz, superó, y con nota, las dificultades de la partitura; cuidó el sonido, tanto en el registro grave como en el central y el agudo, y la afinación, así como la emisión; abordó con suficiencia las notas difíciles de tocar, y, más allá de una ejecución de nivel, ofreció una interpretación más que interesante. Con la articulación apropiada, buena dicción y fraseo, promediada gradación dinámica y sentido del ritmo, presentó momentos de cantabilidad, y otros de estimable virtuosismo; y fue desde la aspereza y la robustez hasta la ingenua suavidad, con la mejor adecuación al carácter, humor y expresión cambiante según pasajes, dada la idea del compositor que parece tratar el instrumento como si fuera un personaje con cambios o trastornos de la personalidad. El acompañamiento, demasiado plano, procuró ir con el solista, y no molestó más de lo normal con una orquesta reducida, según partitura, a dos fagotes, dos trompas, timbal, cuerda, y una caja con protagonismo, cuyo ejecutante, que no era de la plantilla, y que tocó bien, debió ser más intempestivo, aunque quizás nadie se lo dijo. Muy buen clarinetista, y buen músico, Pedro Franco regaló, con la orquesta, Abendlied op. 85 nº 12, del alemán Robert Schumann (1810-1856), original para piano a cuatro manos, en uno de los varios arreglos de esta página.

La excelente actuación del solista fue lo único bueno del concierto. Antes, el Vals triste, op. 44, del finlandés Jean Sibelius (1865-1957), había resultado anodino. Y, después, la Sinfonía nº 8 en Sol mayor, op.. 88, del checo Antonin Dvorák (1841-1904), quedó muy superficial, y eminentemente ruidosa. Virginia Martínez se limitó a llevar el discurso adelante, no más allá de la simple y, por momentos, excitada lectura, sin entrar en detalles; con línea poco proporcionada, nada fina, de brocha gorda, amén del tremendo desequilibrio sonoro entre cuerda y viento (con el número de trompas y trompetas al revés en las notas al programa). Los momentos de sosiego, serenidad o dulzura, como algunos del segundo movimiento, se percibieron aburridos, y los de cantabilidad o ritmo popular, como varios del tercero, sosos, sin chispa. Los de fuerza, energía, así el clímax en el segundo o, sobre todo, los pasajes del primero y cuarto, resultaron gritones, estentóreos, de sonido poco grato, con una cuerda inaudible y unos metales (trompas, trompetas, trombones y tuba) desaforados, sin control. Alterada versión. Al final atronador del primer movimiento, parte de los incondicionales espectadores, enardecidos, estallaron en ovaciones y gritos de 'bravo'. Tras el no menos estruendoso final de la sinfonía, todos ya, aplaudieron y gritaron con delirio.