«¡Lo que quiero llevar a la Muerte / un alma desbordante de Mar...!», escribió Fernando Pessoa. Los versos, ahora plasmados en las paredes del Museo de la Ciudad de Murcia, acompañan a la perfección la obra de Manuel Avellaneda (1938 – 2003), amante de los paisajes murcianos, de los áridos y también de las marinas repletas de matices, de colores que van mucho más allá del azul. Tonos verdes, morados o anaranjados en mares en calma o embravecidos, que chocan con las rocas llenándose de espuma. La costa de Portmán, la bahía de Mazarrón... siempre el Mediterráneo sedujo a este pintor ciezano que falleció mirando al mar en 2003 y cuyas obras se exhiben ahora mezcladas con textos de Cernuda, Eloy Sánchez Rosillo o Borges.

Gran amigo del pintor Antonio López, Avellaneda fue uno de los fundadores del grupo Aunar junto a otros ilustres nombres del arte regional como Aurelio, Párraga y Hernández Cano, entre otros. Juntos, a mediados de los años sesenta, trataron de renovar el panorama artístico murciano, de romper con lo tradicional para apostar y abrir nuevos caminos.

Los paisajes de Avellaneda destacaron por encima del resto de su obra, quizá junto a sus bodegones, y los mediterráneos: los mares de Avellaneda –título de la muestra– son los que se pueden contemplar hasta el cinco de octubre en el centro murciano, en una exposición que se encuadra en el Festiva Internacional de Folclore en el Mediterráneo.

De este modo, y según explica el alcalde de Murcia, Miguel Ángel Cámara, «El Festival, el Museo de la Ciudad y el Ayuntamiento se suman al recuerdo de la figura de Manuel Avellaneda, un pintor que siempre mantuvo una estrecha y firme relación con la vida cultural de Murcia y que contribuyó de una forma singular a engrandecer el nombre de esta tierra». El primer edil también afirma en el catálogo de la muestra que la docena de obras que se exhiben «reflejan sobradamente el espíritu mediterráneo que el pintor transmite en su obra, inspirado por la intensidad del contacto directo que mantenía con el paisaje mediterráneo desde su atalaya en La Azohía, donde nos dejó un día de verano de 2003».