Pascual Ortuño Muñoz, magistrado de la Audiencia Provincial de Barcelona, presenta hoy en Murcia (Aulario de La Merced, 18.00 horas, organizado por la Escuela de Práctica Social de la Facultad de Trabajo Social) su libro Hijos Ingratos. Claves para entender los conflictos entre padres e hijos adultos, publicado en colaboración con el trabajador social Dominic A. D’Abate, la psicóloga Connie Capdevila Brophy, y el pedagogo social Francesc Reina Peral. El juez y escritor (que presentará el volumen mañana en Cieza y el lunes en Yecla) charló con LA OPINIÓN de padres que son víctimas y sienten «vergüenza» de serlo y de «desajustes sociales» en los que, demasiadas veces, «las personas mayores son las más perjudicadas», lamenta.

Usted ha sido juez de Familia. ¿Qué es lo peor que ha visto? 

Es muy difícil concretar lo peor en un caso concreto. Pero así como la base esencial de las relaciones familiares es, precisamente, el amor y los sentimientos de solidaridad entre las personas, lo que se visualiza en la jurisdicción de familia es la otra cara de la moneda, es decir, el desamor. Este proceso psicológico genera mucho sufrimiento a las personas.

"Confío en que sea pasajera, como el sarampión o la covid-19, la crispación constante a la que nos somete la clase política"

Presenta en la Región de Murcia Hijos ingratos. El título ya denota crudeza sobre lo que va a encontrar el lector, ¿hay solo ingratitud en el libro o también hay esperanza?

Los mensajes que intento transmitir en el libro son de esperanza, a pesar de que para ello he utilizado una serie de relatos de casos judiciales que pueden ser calificados de estampas negras, como los dibujos de Goya. Muchas personas tienen la tendencia a culpabilizarse del mal comportamiento de los hijos hacia ellos. Se quejan por lo que consideran faltas de respeto, de la consideración que se merecen y de la situación penosa en la que les provocan en sus vidas. Sin embargo, en las reflexiones que se exponen detrás de estos relatos se abren caminos para superar estos problemas.

Pascual Ortuño Muñoz. L.O.

¿Hay casos reales en el libro?

La estructura del libro cuenta un relato: me ha propuesto hacer una obra de teatro, porque son historias muy visuales. Una mujer divorciada, que vuelve a casa de sus padres con su hija, las que acogen, vive de ellos y llega a pedirles la herencia en vida; o un señor, formal y católico, que es un maltratador.

Según su experiencia, ¿hay más hijos que abusan de sus padres que padres que abusan de sus hijos?

No conozco estadísticas comparativas, pero conozco el precedente de los trabajos de Dominic d’Abate, el trabajador social que me ayudó y ha colaborado en este libro, que me anima a que escriba una segunda parte dedicada a los padres irresponsables. No obstante, reproduzco en uno de los capítulos el proverbio chino que dice que a los padres, por habernos traído al mundo, nunca se les castiga lo suficiente.

"Los mensajes que intento transmitir en el libro son de esperanza"

¿Qué lleva a una madre a denunciar a su propio hijo? ¿Hay una gota, en general, que colma los vasos? 

Más que una gota, yo hablaría de una riada, de una inundación. Lo general es que estos problemas, de lo que es muestra lo que pasa con la violencia filio parental, se suelen quedar dentro de la casa. Se siente vergüenza propia el exponerlos públicamente. Cuando una madre denuncia a sus hijos porque le han arrebatado sus ahorros, les cortan toda relación personal, incluso impidiendo que vean a los nietos, o les exigen que les adelanten la herencia, es porque la presión y el sufrimiento personal son insoportables.

¿A un hijo se le perdona todo?

Este es un erróneo comportamiento moral que se nos ha inculcado. A los hijos hay que enseñarles con el ejemplo, desde la más tierna infancia, la cultura del respeto. Antes de que aprendan a leer. La permisividad y un erróneo sentido de la tolerancia en la juventud convierten a muchos hijos en abusadores de sus progenitores.

Vamos, que no hay que perdonárselo todo...

¡A un hijo no hay que perdonarle nada! Sí, a los hijos hay que rodearlos de cariño. Pero hay algo que pasa mucho, por ejemplo con los hijos del divorcio: todos los quieren mimar. Pero eso, ¿a qué te conduce? A que no sepa relacionarse, a que se crea que es el rey del mundo… Yo insisto mucho en que hay que enseñarles el respeto.

En el caso de los Hijos ingratos que aparcan a sus padres en una residencia, ¿por qué cree que lo hacen?

Las causas son múltiples. Las actitudes egoístas conducen a algunas personas a menospreciar a sus mayores. Hay un momento en el que no les sirven e incluso les molestan: los consideran usufructuarios de los bienes que piensan que les pertenecen, les exigen que les cedan sus viviendas o que les entreguen sus ahorros. Las nuevas familias no son ya el espacio amplio de convivencia que eran antes. La incorporación de la mujer al trabajo ha cambiado la estructura de esta institución pensada para la etapa preindustrial. No obstante, la pandemia de la Covid-19 nos ha enseñado que hay que exigir a nuestros representantes políticos que se priorice la construcción de residencias comunitarias de calidad para que las personas mayores no tengan que depender de sus hijos. Todavía tenemos en nuestras mentes la idea de los asilos para necesitados. Vivimos en otra realidad.

¿Dónde está el origen de estos maltratos? ¿Tiene parte de culpa la sociedad que estamos creando? 

Cuando yo era joven discutía con mi padre sobre la afirmación de Hobbes de que el hombre era un lobo para los otros hombres. Era la conclusión lógica de la trayectoria de una edad moderna plagada de guerras y de injusticias. La contraposición con las ideas de Rousseau de la bondad natural de ser humano estaban y siguen estando todavía en la política. Tal vez antes se insistía por la moral católica en la necesidad del llamado temor de Dios y del infierno como elementos disuasorios, y en la actualidad estos refuerzos conductuales negativos se han atenuado.

¿Pasaba esto hace unos años o la sociedad es cada vez más egoísta e individualista y da lugar a estos abusos?

Es cierto que estamos en un periodo de transformación de nuestra sociedad que puede generar unos desajustes en los comportamientos sociales. Las personas mayores son las más perjudicadas. Pero soy optimista respecto al futuro. Tenemos que encontrar los valores esenciales de una sociedad laica que sitúe en el centro de su eje axiológico la justicia, el respeto a los demás al que me refería antes, la solidaridad, el diálogo, la cultura de la paz y la defensa de nuestra naturaleza. Confío en que sea pasajera, como el sarampión o la covid-19, la crispación constante a la que nos está sometiendo una clase política muy alejada a los intereses de la ciudadanía.