La covid-19 no solo inyecta su veneno en el cuerpo, sino también en la mente, hasta llegar al extremo de ver como enemigos a nuestros familiares, amigos y vecinos por temor a que nos puedan transmitir el virus.

El cansancio, la fatiga y la ansiedad fruto del agotamiento físico y psicológico producidos por un virus que no vemos, pero del que conocemos sus nefastas consecuencias, están llevando a muchas personas, sobre todo mayores, a situaciones angustiosas y de mucho sufrimiento. Estas personas necesitan comprensión, acompañamiento, apoyo y, en algunos casos, ayuda de un psicólogo. Cuidar nuestro bienestar interior. La pandemia ha hecho aflorar miedos, inseguridades e incertidumbres personales y colectivas que estaban soterradas, con un desgaste acumulativo en las personas y en la sociedad. No nos engañemos, nada será igual que antes, al menos a corto plazo. Es hora de preocuparnos no solo de nuestro bienestar económico, sino también de cuidar nuestro bienestar interior, que quizá habíamos descuidado. Si el interior está pacificado, el exterior será menos traumático. Las metas que nos marquemos para alcanzar la armonía interior dependen de nosotros mismos, teniendo en cuenta la realidad del momento presente y lo que podemos hacer dentro de nuestras posibilidades y de los recursos a nuestro alcance. Muchas personas ya la han conseguido y otras están en ello.

Esperanza dolorida. La covid-19 ha puesto a prueba nuestra capacidad de esperanza, esperanza dolorida porque la pandemia no ha acabado y dejará importantes secuelas personales, sociales y económicas. Hay razones para la esperanza por lo que hemos visto y oído de infinidad de comportamientos solidarios y responsables.

Los irresponsables, una minoría muy minoritaria, contrastan con la heroicidad de tantas personas que arriesgaron su vida (y muchos la perdieron) para salvar las vidas de otros. Los ancianos han sido testigos directos de la solidaridad y también del abandono de una sociedad en la que ellos, con trabajo y sacrificio, pusieron todo lo que estaba de su parte para alcanzar los altos índices de bienestar que disfrutamos.

Las vacunas que los científicos prepararon contrarreloj nos han levantado la moral de combate y la esperanza.

Sabemos que la pandemia no es el Apocalipsis, aunque lo parece, sino el principio de una nueva época que no será ni mejor ni peor que la anterior, sino diferente.

Renovarse o morir es el reto al que nos enfrentamos y la aventura que vamos a vivir las personas y las sociedades en los próximos años. Aprendiendo de los errores pasados, tendremos que reinventar la vida y los trabajos y replantearnos la manera de ser y actuar, y de vivir la solidaridad y la fraternidad. No será fácil, pero tampoco es imposible. La tentación es volver la vista atrás y no mirar hacia el futuro que, visto lo visto, ya ha comenzado.

Ciertamente, considerar la pandemia como un tiempo de prueba puede ayudar a construir una sociedad más decente, que no descarta a quienes dejan de ser productivos en términos mercantiles. No basta reconocer, como en la crisis de 2008, el papel de muchos mayores que con sus pensiones fueron la tabla de salvación de muchas familias. Los ancianos aportan por lo que son, por sus relatos y sus vivencias. Por la fe que transmiten a sus nietos, y por los consejos llenos de sabiduría que regalan.