Los cielos de Corvera están vigilados por 21 aves rapaces que se encargan de mantener alejados a los pájaros que pueden suponer una amenaza para los vuelos. Halcones, águilas de Harris, un azor, un búho, una lechuza y un cernícalo americano forman parte de esta singular patrulla que vigila las pistas para ahuyentar a los intrusos y evitar un choque fatal contra un avión en el momento del despegue o del aterrizaje que podría llegar a provocar un accidente. Son disciplinados y cada uno ejerce su función dentro de los horarios que tienen asignados. Los halcones y las águilas, los más numerosos, son los encargados de disuadir a las palomas, las gaviotas y el resto de aves silvestres, mientras que el búho y la lechuza salen por la noche para impedir que los intrusos aniden o se instalen a la hora de comer o de dormir.

Juan Carlos Hernández Iglesias, responsable del equipo de control de fauna contratado por Aena con la firma andaluza Ancofa, explicaba que estas aves rapaces son adiestradas cuando son pollos para que aprendan a realizar su trabajo dentro de un aeropuerto. Posteriormente pasan por una especie de fase de aclimatación, durante la cual deben aprender a familiarizarse con los aviones y con el estruendo de los motores para que puedan trabajar con tranquilidad. «Reciben adiestramiento durante cinco meses y después empiezan a volar en el aeropuerto cuando no hay tráfico aéreo, viendo los aviones mientras comen», con el fin de que vayan acostumbrándose a su presencia. Hay doce halcones y tres águilas de Harris, que cumplen su cometido «como algo rutinario» antes de la llegada o la salida de un avión, con el fin de alejar a cualquier pájaro que pueda encontrarse en las inmediaciones, «aunque siempre hay alguno volando». Los demás salen en función del tipo de aves que rondan por Corvera en cada momento y de su velocidad. Por la zona pasan habitualmente palomas, gaviotas, gangas y grullas, entre otras aves. «Cuando llueve siempre hay que salir, porque llegan las gaviotas», apuntaba.

Juan Carlos Hernández, un almeriense de 44 años, había aprendido la cetrería cuando era joven y un día decidió dejar la carnicería de su familia en la que trabajaba para dedicarse a cuidar a los halcones. Cuenta que al principio sus hermanos «no lo veían», pero él estaba decidido a cambiar de profesión y no lo dudó.

El halconero se dirige a cada uno de los animales por su nombre y asegura que todos tienen un carácter particular, aunque precisa que las aves rapaces «no son cariñosas, ni quieren que nadie se les acerque. No llegan a tenerte el cariño que te da un perro». Sin embargo, hay alguno que no tiene miedo de acercarse a los extraños, como Leti, que posa sin alterarse, mientras que Tormento, haciendo honor a su nombre, protesta constantemente ante la presencia de los intrusos. También el azor de nombre Gitana se muestra huraño y es «muy maniático», según apuntaba Juan Carlos. La lechuza Alba responde a la llegada de intrusos con una especie de danza intimidatoria, desplegando un ala y estirando su cuerpo todo lo que puede para simular que tiene una envergadura mayor.

La utilización de rapaces para alejar a los pájaros de las pistas de los aeropuertos fue introducida por Félix Rodríguez de la Fuente. La primera experiencia, conocida como operación Baharí, nombre de la raza española de halcón peregrino, se realizó en 197o en la base aérea de Torrejón de Ardoz.

La comandancia aérea recurrió a Rodríguez de la Fuente, porque la base aérea no sabía cómo alejar a las aves silvestres para garantizar la seguridad de los vuelos. El naturalista ideó el proyecto de adiestramiento de halcones para realizar esta tarea, que posteriormente se implantó en Barajas en 1970 y más tarde se extendió a otros aeropuertos. España se convertía así en pionera en Europa.