Fernando López Miras ha decidido convocar unas primarias y presentarse a presidente del PP, que ya lo es, pero digamos que quiere serlo más, de verdad de la buena, sin trampa ni designación, elegido por los militantes y las militantas (no me digan que no estoy al día con esto de la feminización de los sustantivos) y con el respaldo de una mayoría. Llegan momentos de campaña, de movilizaciones dentro del partido, que, además, al no tener costumbre alguna de esto 'de un militante/a, un voto', más de uno puede hacerse un lío y meter el voto Dios sabe dónde. Y luego está la posibilidad de que se presenten otros candidatos, que haberlos con ganas haylos, que yo conozco a más de uno que estaba poco contento con la opción López Miras. Vamos a ver si ahora tienen el valor y el salero para presentarse también a estas primarias de estreno, en las que yo espero que les vaya bien, aunque la primera vez, ya se sabe, puede ser poco satisfactoria.

Si a López Miras le hacía falta este refrendo dentro de su partido, todavía creo yo que le es más necesario el acercamiento a la gente en general, que se le conozca y se le tome aprecio. A mis cortas luces, lo ha intentado acudiendo a todos los actos a los que ha sido invitado, y a dos o tres a los que no lo había sido, pero hay algo en el modo en el que lo han lanzado al mercado sociopolítico con el que algunos no están de acuerdo, y lo digo por lo que he escuchado por ahí. Un ejemplo: desde que está en su puesto ha dado la impresión de querer aparecer en todas partes como 'el presidente López Miras', incluso llamándoselo él a sí mismo y hablando en tercera persona, en frases como «el presidente López Miras no paga campañas de imagen a la gente del PP', que es una frase cojonuda, pero que hubiese sonado mejor si dice «yo no pago?» para evitar hablar como el Rey cuando dice 'la Corona' y está hablando de él mismo.

Además, la gracia de este hombre joven estaría en ser mucho más 'Fernando', que 'López Miras'. Es decir, en tercera persona que sea 'Fernando', y en primera, 'yo'. Así se resaltaría la frescura de su juventud, que no es un valor en sí misma, pero, francamente, entre un Rajoy carlanco y un Fernando joven y fresco del día, a ver quién atrae más votos. Y más si aparece con una cierta simpatía, porque para mala follá ya hemos tenido bastante con el mismo Rajoy, y con Aznar, que ese sí que batió todos los records de mala sombra.

Si quiere 'gustar' a la gente es menester que cuide un par de cosas más que son normalmente comentadas con respecto a su imagen. Aunque está un poco pasado de peso, no hace falta que adelgace rápidamente, porque esos kilos lo humanizan («a los que están arriba también les gusta comer», comenta la gente sencilla), pero si es menester que abra el abanico de colores a la hora de vestirse, porque el traje azul parece ya su uniforme y resulta algo aburrido, siempre de azul, joder. También debe saber la gente que vive con su familia en un carril de La Arboleja porque este es un dato muy positivo. Los que vivimos en los carriles de La Arboleja somos materialmente todos buena gente.

Ya puestos en faena, hay que conseguir como sea que no salga en todas las fotos cogiéndose el dedo corazón de una mano con los dedos de la otra. Imagino que es un reflejo condicionado y que nada más que decirle un fotógrafo: 'sonría, presidente', él va y se agarra el dedo. Aparte de la repetición postural, el gesto es poco acertado, y no quiero entrar en detalles pero habría que ir cambiándolo poco a poco.

Una mujer mayor, militanta del PP de toda la vida, me decía que a ella le parece que al presidente le falta «cuajo». No sé exactamente lo que quería decir, pero imagino que se trata de madurez, y de la necesidad de que su inteligencia y sus principios personales queden de manifiesto cuando habla. Para ello es menester que no lea siempre lo que tiene que decir en público, sino que se exprese con su propia cosecha personal de ideas. En el peor de los casos, si lo va a leer y se lo han escrito, que lo analice antes y compruebe si lo que va a decir coincide con lo que piensa, o es jerga propagandística, que ya se le ha escuchado mucha, quizás demasiada, según dicen.

Y, hala, a comerse el mundo.