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A dar batalla

Quizá sea que somos incapaces de aprender de la historia, de que es verdad eso de que todo es cíclico y que, cada cierto tiempo, todo se repite

Corren tiempos de división y convendría hacer un llamamiento a la calma, a la serenidad y, sobre todo, al sentido común. El Brexit, el procés catalán, la exhumación de Franco y un sinfín de asuntos nos enfrentan a diario y, sin que nos demos cuenta, nos van alejando. Hasta el tratamiento a los inmigrantes que llegan a nuestras costas, como los más de 150 rescatados por Salvamento Marítimo de Cartagena esta semana, lo hemos convertido en un tema de debate, de discusión, cuando son tan humanos como tú y como yo y merecen, como mínimo, nuestro respeto, pero también nuestra solidaridad.

Quizá sea que somos incapaces de aprender de la historia, de que es verdad eso de que todo es cíclico y que, cada cierto tiempo, todo se repite. Porque no me negarán que las posturas enfrentadas, los extremismos y los radicalismos están en auge, no sólo en las noticias o en eso que hemos llamado sociedad como si fuera algo ajeno a nosotros, como si no tuviéramos nada que ver. También en nuestras casas, en nuestros trabajos, en el colegio de nuestros hijos, en nuestros círculos de amigos se percibe, en ocasiones, una incómoda tensión al abordar cuestiones polémicas. Nos permitimos decir esto o aquello sin miramientos hacia lo que pueda pensar el resto, como nos permitimos tildar de una cosa u otra a cada uno en función de la postura que defienda. Lo que practicamos poco es lo de ponerse en el lugar del otro, lo de pensar antes de hablar y, en cualquier caso, decir lo que pensamos con respeto, sin exabruptos ni sentencias lapidarias.

La libertad es para todos y le ha costado mucho a nuestros antepasados conseguirla. También la libertad de expresión, pero en nuestra mano está darle el correcto uso que se merecen quienes, a lo largo de los años, han dado su sangre y su vida para que podamos expresarnos sin tapujos, con los únicos límites que imponen las leyes que nosotros mismos nos hemos dado, pero sin necesidad de caer en la arrogancia, en el insulto ni en el menosprecio hacia los que opinan o piensan de otro modo.

Será el anonimato (que no es tal) que desde hace ya unos años ofrecen las redes sociales. O quizá es el hartazgo ante episodios que se repiten continuamente y que en las últimas semanas parecen haberse reproducido como si de una campaña se tratara, que eso es lo que creen muchos. Lo que parece evidente es que el sentimiento cartagenerista crece en nuestra ciudad, lo que de por sí no es nada malo. El problema es que cada vez parecen más quienes lo plantean como una disputa, como un enfrentamiento entre enemigos irreconciliables, como un conflicto que únicamente se puede resolver de forma violenta.

Lo cierto es que, en los últimos días, hemos presenciado situaciones de claro agravio hacia Cartagena. Es intolerable que los libros de texto que educan a nuestros hijos ignoren a nuestra ciudad y coloquen a la de Murcia en plena costa. Es humillante que una cadena nacional conecte con su corresponsal desde el Parque Torres, con el Teatro Romano y el puerto a sus espaldas y tengamos que leer en el rótulo inferior que está en Murcia. Y es indignante que Renfe obvie que el nuevo tren híbrido que acelera ligeramente el viaje a Madrid parte desde Cartagena y publicite el cuestionable avance como la línea Región de Murcia-Madrid. Estos y otros episodios similares son carnaza que alimenta el arraigo a la tierra de origen que tanto exalta a algunos, pero tampoco es plan de sacar las falcatas, los cascos y los escudos.

Que se ningunea a Cartagena es innegable, aunque, sinceramente, dudo que, en la mayoría de los casos, se haga de forma intencionada. El desprecio que tanto nos enerva a los de aquí es muchas veces fruto del error por desconocimiento de personas ajenas a esta disyuntiva territorial. Y puede que tantas otras responda exclusivamente a intereses publicitarios, comerciales o de cualquier otra índole. En ninguno de los dos casos debemos consentirlo y debemos exigir su corrección, así como reclamar un mayor esmero y más delicadeza por parte de quienes se refieren a nuestra tierra, dado que existe una especial sensibilidad al respecto.

Ahora bien, estos ninguneos, desprecios y desplantes a Cartagena no nos dan derecho a levantarnos en armas, salvo que queramos rememorar de verdad las luchas entre carthagineses y romanos (en su caso murcianos) de hace más de 2000 años. Lo que sí podemos hacer es pelear por nuestro reconocimiento con seguridad, contundencia y exigencia, como lleva haciéndolo desde hace tiempo la plataforma ´2es+´, que defiende a nuestro municipio con argumentos, estudios, encuestas y análisis, así como con legítimas reivindicaciones en la Asamblea Regional y otros foros políticos de la Región para la constitución de nuestra comarca en la segunda provincia de la Comunidad. Lástima que no les escuchen más, que les reciban con promesas que pocos cumplen y que no puedan celebrar más éxitos. Como también es lamentable que algunos que se identifican con este movimiento recurran a la violencia verbal y arenguen a las masas para generar división, cuando la citada plataforma, como su propio nombre indica, pretende sumar, no restar.

Además, a veces, da la sensación de que el cartagenerismo es una marca registrada a la que sólo tienen acceso quienes lucen banderas y arremeten contra Murcia. No hacen falta enseñas ni despreciar al vecino para llevar la sangre cartagenera en las venas. El arraigo a la tierra donde naces es cosa de cada uno y tan respetable es quien se siente vinculada a ella con toda su alma y todo su corazón, como quien piensa que el lugar en el que naces es fruto del azar y que todos somos ciudadanos de un mundo en el que no debería haber fronteras, en el que no hay lugar para los nacionalismos.

Defendamos a Cartagena con valentía y por justicia, pero con sensatez. Exijamos a nuestros políticos que luchen por los intereses de nuestra ciudad, que son los nuestros, ayer, hoy y siempre. Que no utilicen el amor que podamos sentir por nuestra tierra para conseguir más votos y que deriven ese empeño para lograr cosas grandes para nuestra ciudad. Nos lo debemos a nosotros mismos y se lo debemos a nuestra trimilenaria historia.

Estoy convencido de que el nuevo delegado de LA OPINIÓN de Cartagena, Salvador González, junto a sus compañeros Diego Sánchez, Antonio González, Nuria Guerrero, Felipe García Pagán, Iván Jiménez Urquízar y Mario Pérez son una gran legión que va a dar mucha guerra y que contribuirá a que Mastia, Qart Hadast, Carthago Nova, Cartagena o como quiera que se llame dentro de otros treinta o tres mil años sea cada vez mejor, más grande.

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