Suele hablar el autor de La carta esférica de su afición por los libros y, en especial, de las historias de marinos y barcos. Comparto con Pérez Reverte esta afición literaria y cinematográfica que siempre me ha hecho soñar con aventuras en mares lejanos y tierras por descubrir. Marinero en tierra, nunca he tenido barco donde, acompañado de mi biblioteca, curar mis males de amor enfundándome en la piel de lobo de mar. Por eso siempre he envidiado a quienes levantan anclas y ponen rumbo al horizonte, tal vez para llegar a una Ítaca que siempre está mucho más lejos. He conocido un marinero, una casa y un barco y de eso, querido lector, hoy te quiero hablar.

Tras la revolución de 1854 y el Bienio Progresista, en 1856 el constructor naval José Coll botó en Palma de Mallorca una goleta con el nombre de Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, no en vano volvíamos a una restauración de los más altos poderes, usos y abusos de la monarquía católica de Isabel II y sus amigos cortesanos. Aquella embarcación, que después fue rebautizada como Isla Ebusitana, se construyó con maderas de pino y roble de la isla y se dedicó al comercio marítimo entre Baleares, Valencia, Málaga, Barcelona e Ibiza. Hasta 1933 no se le instaló un pequeño y viejo motor de apenas 40 CV.

Cambió varias veces de propietarios: En 1978 fue adquirida por un holandés, después por un suizo y en 2004 por unos empresarios del Mar Menor y en 2005 por un constructor y armador que comparte nombre con mi padre y apellido con un servidor, pero que he de confesar que he conocido recientemente. Es Antonio Lorente un enamorado del mar, como corresponde a quien, desde bien pequeño, vivió con su familia en una pequeña isla a la que llamamos Isla Grosa por ser más grande que las más minúsculas. Su padre era un cabo de la marina que estuvo 5 años en el Juan Sebastián Elcano y él gustaba de pescar cuando le mandaban traer algo para la comida. Desde entonces ha llevado el gusanillo del mar y los barcos de vela y, además del Isla Ebusitana, ha restaurado varios veleros más. Su pasión ha sido posible gracias a su espíritu romántico y aventurero y a cierta dosis de locura quijotesca, no exenta del influjo del gobernador de la Isla Barataria.

Desde la crisis se le ha hecho mucho más difícil perseguir sus sueños, pero he podido constatar que no está dispuesto a renunciar a ellos.

Decía Alberti que la tierra solo es un momento entre el cielo y el mar y Antonio Lorente no quiere desaprovechar los años que le quedan de vida, así que ha alquilado un hermoso caserón junto al Mar Menor y en torno a él quiere proyectar sus próximas aventuras que mezclan la cultura, el arte y la vela. José María Barnuevo y Teresa Sandoval se construyeron en aquella época modernista de finales de siglo XIX y principios del XX una encantadora casa en las orillas de la laguna en una zona virgen y no habitada. Como él era caballero de Santiago, a aquella zona se le llama hoy Santiago de La Rivera. He podido disfrutar viendo las fotos de aquella familia culta y avanzada para la época, amante del mar y de las embarcaciones de vela latina. Tal es así que es más que una coincidencia que ahora sea Lorente quien tome el testigo de dedicar la casa a su pasión por el mar y la vela.

Desde un maravilloso balcón-cenador con vistas al mar, he disfrutado como nunca de una ginebra con tónica mientras se nos hizo de noche y hablábamos del mar, de arte, cultura y de las posibilidades de esta casa. Antonio quiere poner en contacto el amor al mar con la gastronomía, la música, la pintura, la fotografía, el teatro y otras disciplinas para las que ofrece la casa de Barnuevo. Sueña con ver sus barcos de vela atracados junto a ella, con realizar encuentros y talleres culturales y artísticos, mostrar el Mar Menor, su historia, su riqueza natural y arqueológica... Creo que hay que apoyar este tipo de iniciativas que, sin duda, pueden ser muy rentables y necesarias, no sólo para un empresario con ideas, sino para la administración, para los ciudadanos, para el mundo cultural y para los artistas.

Nos vemos en la casa de Barnuevo, nos vemos en el Mar Menor que no hemos de dejar morir, nos vemos navegando hacia nuevos horizontes. Allí cantaremos esa canción que le he escuchado a Antonio, esa que a la mar pone en calma, las aguas cura y a las almas hace amainar.