Ya saben que andar es el arte de precipitarse hacia adelante y luego poner un pie para no golpearnos contra el suelo víctimas de la inevitable gravedad. Cada paso requiere de esa confianza que se otorga a lo previsto, al autocontrol, al dominio del futuro cercano aún sabiendo la dificultad que debe encerrar el asunto, porque tardamos más o menos un año en aprenderlo y se supone que adquirimos en ese primer año de vida la maestría que determina que detrás de cada acercamiento al precipicio hay siempre un pie amigo que impide la propia autodestrucción cuando acude mecánicamente a socorrernos sin pensar por qué lo hace y contribuyendo a que la dentadura nos dure al menos unos años más.

La cosa viene a complicarse cuando por cualquier circunstancia pudiera suceder que nos quedáramos sin amigo y nos preguntamos cuánto nos aguantaría entonces nuestro fémur si no fuera por otros que nos socorren sin más, como acto reflejo y solidario. La mayor parte de las veces esperamos la salvación con nuestro propio pie, otras, cuando nos regalamos saltos en vez de pasos siempre confiamos en que un ejército de ángeles nos otorgue dos piernas solidarias y urgentes caídas del cielo para evitar la muerte súbita y es lo que suele suceder porque en la naturaleza humana está impreso el ADN de la compasión aunque pueda parecer lo contrario.

El Día de la Rioja nos dejó lo suyo, banderas de colores y orgullo viril recién amanecido engalanaron la ciudad de estatua en estatua regadas con declaraciones añejas elaboradas en barrica de poso inevitable y avanzando en una sola dirección, la que determina el riesgo que supone un paso que empieza con dos piernas a la vez y que lo convierte por tanto en un salto, que con vino, suele ser de difícil control si pretendemos poner dirección a una trayectoria que por mucho que lo intentemos acabará controlada por la inevitable gravedad que funciona como nunca para que suceda lo de siempre.

Si no hay segunda pierna, la rodilla acaba postrándonos en el suelo y con querencia a la misma barra que como el Rioja, nos invita a consumir una y otra copa hasta acabar ya saben cómo. Y no es que me parezca bien ni mal, que cada cual celebre lo que quiera, lo que me parece atrevido es que cuando no tenemos la capacidad de controlar el vacío, nos lancemos confiados en que alguien acabará viniendo a salvarnos, como el 112 cargado de sanitarios pagados con dinero ajeno consecuencia de un coma etílico e irresponsable al amanecer de una noche de verano y sueños prestados víspera de nuestra propia llamada pidiendo auxilio.

La presidenta de la Asamblea Regional, Rosa Peñalver, estuvo acertada en su discurso cuando proclamó que «la verdad política ya no es patrimonio de nadie». Mientras unos celebraban aquí la fiesta 'enriojados', otros, los de allí, hablaban de lo de este lado de la cadena, del Mar Menor, de cohesión, de consenso, de modificación de leyes electorales y de futuro, pero no estuvimos para vivirlo, es lo que tiene la resaca, que nos complica el entendimiento para el día después. Y a mí que no me gusta el tinto, pasé del Rioja ese día, me cociné unos buenos michirones de la tierra, unas marineras convenientemente navegadas y todo ello regado con vino del campo de Cartagena, ese dorado que deja en la boca un sabor áspero pero mágico y conocido, y que siempre enamora a mis amigos de aquí y de allí cuando los invito a casa cualquier festivo, incluso para celebrar el Día de la Región.