Este mano a mano con ´victorinos´ se había publicitado como uno de los festejos estrella de la feria ya desde antes de que el convaleciente Manuel Escribano tuviera que ser sustituido por Curro Díaz. Incluso, para muchos, el cambio mejoraba el cartel. Pero la gran expectación que el enfrentamiento de estos dos toreros de la clase media del escalafón había despertado entre los aficionados más exigentes no se vio reflejada ni en el tendido, con apenas medio aforo cubierto, ni en el resultado artístico de la tarde.

Y es que los ´duelistas´ se dejaron ir, entre sus insospechadas precauciones o su falta de auténtica ambición, la más que clara oportunidad de triunfo que les puso en bandeja una corrida de Victorino Martín tanto o más insospechada, por dócil y noble, por fácil y manejable. Les faltó quizá a los famosos cárdenos un punto más de emoción en sus embestidas, hacer llegar al tendido la siempre vibrante sensación de la bravura, pero lo que no pusieron los toros debieron ponerlo los toreros con una dosis de entrega añadida y acentuando el riesgo con mayor ajuste y conjunción.

Curro Díaz, que se presentaba en Bilbao después de diecinueve años de alternativa, se encontró con el toro más deslucido del encierro, un primero cuya escasa raza le llevó enseguida a salirse y a desentenderse de las suertes.

Esa condición del ´victorino´ justificó la falta de transmisión de una faena de correcto planteamiento, pero el de Linares ya no tuvo tal justificación ante los otros dos ejemplares de su lote, un tercero agalgado que se movió con recorrido y un quinto que, este sí, se empleó con más casta en la pelea dentro de su también noble condición.

Los dos trasteos de Curro Díaz, tanto el de uno como el del otro, estuvieron cortados por el mismo patrón: gusto y pinturería en las formas y poca apuesta de fondo, pues citó y se desenvolvió con facilidad pero siempre despegado, con un permanente cuidado de no atravesar la imaginaria y delgada línea roja del riesgo.

Los tres ´victorinos´ que le entraron a Ureña en la bolita del sorteo tuvieron un muy similar comportamiento: una apagada nobleza en apariencia, pero sacando una embestida entregada y descolgada cuando se les exigía el esfuerzo de seguir las telas sometidos y por abajo. El torero se dilató con los tres en unos trasteos tan voluntariosos como anodinos y faltos de convicción, de muchos muletazos sin sustancia y con un espeso y mecánico planteamiento. Y, a veces demasiado encimado, otras con extraña prudencia, sin dejar fluir en toda su dimensión el mejor fondo de sendos animales. A todo esto, Escribano presenció la corrida desde un burladero y recibió los brindis de unos compañeros que no llegaron a echar la moneda al aire.