Hay días de la semana que han tenido tratamiento especial por parte de los escritores, que son los llamados a crear los clichés que más tarde aceptamos sin remisión los de la clase plebeya. Parece que es preciso que la clase intelectual defina antes los conceptos, los fije en la pizarra de la escritura y luego calen en la masa proletaria, gregaria por sistema según Ortega y Gasset, ese gran desconocido de nuestras letras. Así, y sin dar muchas explicaciones, parece que los domingos son, contra todo pronóstico, propensos a la melancolía y a la tristeza, al desaliento y a la depresión vespertina, seguramente porque nos despedimos de la fiesta y de la alegría y se penetra en la senda oscura y aburrida de la semana ordinaria. Se han pasado las aleluyas, se ha disfrutado del descanso y es hora de pensar en lo malo que nos adviene al día siguiente, un día de labor, sucio, obrero, pobretón, cuando se inicia el primer peldaño de la escalera. O sea, los lunes, día del que hablaremos más tarde si tenemos en cuenta que hay que despachar antes brevemente al martes, un día de la semana marcado por aquel viejo lugar común -lo que no deja de ser un topicazo- de 'ni te cases ni te embarques', una frase que pudo tener sentido en su momento, pero que ahora no llego a entender su significado si no es para indicar que tales actos no debieran realizarse en ningún día de la semana si no queremos llegar antes al naufragio total o al fin de la convivencia, amenazada ya saben por las nubes negras de las separaciones, los tornados violentos de los divorcios y la tormenta silenciosa de la monotonía. El miércoles, un día engorroso por estar en medio de todo (antes era el jueves), se ha convertido en puente de mando desde donde no se divisan más que dos orillas semejantes, parecidas. Un día sin fuste y que no ha tenido manejo estético, o yo al menos no lo conozco entre las mentes preclaras.

Tampoco los jueves, salvo los tres dorados del Jueves Santo, Corpus Cristi y el día de la Ascensión, de tendencia teológica y tintes religiosos, tienen importancia mítica o épica ni han sido objeto de alabanzas y elogios por parte de los del punzón que, como bien saben, tienden a huir de los caracteres rutinarios y cotidianos de la existencia, abiertos como están a la vanguardia, a la innovación, a la epopeya, a la constante creatividad que predican, luego oscurecida por los que llegan después. A lo sumo el jueves ha sido un día doméstico si se tiene en cuenta que hasta ahora se ha dicho que los jueves eran buen día para las mujeres, sobre todo porque era el día de mercado y eran ellas las que tenían que hacer la faena de la compra, tendencia, y hablo por propia experiencia, que se ha invertido de manera frontal, sustituidas por otras costumbres de las que no pienso dar cuenta. Tampoco el viernes, pese a ser el último día útil de la semana, ha tenido gran eco entre la tropa literaria. Hay refranes vulgares como ese de 'péinate en viernes y tendrás todo el año piojos y liendres' que debió hacerse popular en tiempos de la guerra civil o ese otro que lo asimila al martes cuando estima que en esos días 'ni tu casa mudes ni tu hija cases, ni tu viña podes ni tu ropa tajes', consideraciones que no provocan mutaciones sustanciales para aquellos que estimen que debiera tratarse de día feriado al poner en marcha el descanso laboral.

Parece que son los sábados los chicos del mambo si se recuerda aquello del 'sábado, sabadete, camisa nueva y polvete', día lascivo por antonomasia, día de la marcha, de la salida, de permanecer en las tascas hasta las tantas de la madrugada; incluso los antiguos, que ponían a caldo todos los días de la semana según se comprueba en el refranero, decían que 'no hay sábado sin sol, ni doncella sin amor, ni callejuela sin revuelta, ni vieja que no sea alcahueta', lo que nos habla de un día agitado, propenso a la juerga, a echar la cana al aire, al movimiento y al traqueteo desde posiciones varias, tanto que abarca tanto a la gente joven como a los mayores.

Pero aunque me refiera a los restantes días, mi pretensión era referirme a ese día de la semana en la que aparecen estos Gajes del oficio que, al parecer, dan la vuelta al mundo, y son leídos incluso en Australia, especialmente cuando aparecen en la red. Y es un día el lunes que yo tengo desde siempre asociado a los deportes, a los infinitos goles que entran por debajo del larguero, el día en el que se comentan interminablemente los resultados de la jornada dominguera, en el que entra la frustración por no haber acertado la quiniela de fútbol, el gordo de la Once, el euromillón, día hacendoso en donde procuramos trabajar todo el día para no dar golpe en el resto de la semana. El lunes es día en el que se comenta todo lo anterior, que ha sido fiesta, y se procura el silencio, el desplazamiento, la introspección, la mala leche si se eres viejo funcionario, pues no se puede consentir que nos saquen de nuestros adentros con peticiones, papeleo o solicitudes de diversa índole. Es día triste y un poco amargo pese a que, como todo aquello que alumbra por vez primera, al aparecer antes, venga como joven galán, cargado de esperanza. Nos hemos dejado atrás lo poco de bueno que hemos gozado y entramos de golpe en el atrio gris y pelón de la semana con los cuerpos distendidos y los músculos dilatados. Tenemos reservas, atesoramos fuerzas, pero no queremos derrocharlas de golpe, de una sentada, como si tuviéramos que ahorrar para las cosas que se nos van a echar encima. Los lunes son piezas desangeladas, frías, sucias, algo incompletas, como si nos estuviéramos preparando para algo que no ha de llegar.