Al parecer, el filósofo español José Ortega y Gasset dio forma al siguiente aforismo: «Todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes». Más tarde, el canadiense Laurence J. Peter deduce los dos siguientes: «Con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones y el trabajo es realizado por aquellos empleados que no han alcanzado todavía su nivel de incompetencia». Así es que el 'principio de Peter' (ya se sabe que los anglosajones tienen más influencia global que los españoles) tuvo un antecedente español, y del análisis de cientos de casos de incompetencia en las organizaciones «da explicación a los casos de acumulación de personal, según el cual el incremento de personal se hace para poner remedio a la incompetencia de los superiores jerárquicos y tiene como finalidad última mejorar la eficiencia de la organización, hasta que el proceso de ascenso eleve a los recién llegados a sus niveles de incompetencia».

Y eso lo que que ha alcanzado la alcaldesa de Barcelona, Ana Colau: su máximo nivel de incompetencia. Porque una cosa es ser una agitadora de masas vecinales, con todos mis respetos para esa masa, y otra muy distinta gestionar y representar a una ciudad como Barcelona, la capital de Cataluña y la segunda ciudad en importancia de este país llamado España.

No sabría explicarles la mezcla de sensaciones que me albergó cuando, en un acto un tanto chabacano y ausente de la importancia que debe de tener el bautizo de una calle en la ciudad condal, la señora Colau, como si estuviese en un mercadillo de barrio, pregonaba a los cuatro vientos algo que nos dejó anonadados. Sí, ella despojaba al almirante Cervera de la honra de dar nombre a una calle de Barcelona porque, haciendo alarde de una indocumentación supina, aseguraba que al humorista Pepe Rubianes le habría gustado que «su amado público se haya reunido para quitarle el nombre de esta calle a un facha». Una expresión que demuestra el grado de desconocimiento, de incultura, que la señora Colau alberga sobre la historia de este país: ni siquiera la dictadura castrista osó quitar los dos bustos del personaje que aún permanecen colocados en el castillo de los Tres Reyes, en Santiago de Cuba, y en el museo de la Real Fuerza, en La Habana. La señora Colau ignora, como ignora otras muchas cosas, que el almirante Cervera jamás se identificó con el conservadurismo, antes al contrario, se adhirió a la revolución democrática de 1868 que destronó a los Borbones, apoyó la monarquía de Amadeo y la legalidad republicana de 1873. Siempre del lado de los liberales. Pero miren por donde, aparece alguien que reinventa la Historia para quitarle la calle y adjudicársela a quien dijo cosas como «a mí, la unidad de España me suda la polla por delante y por detrás, que se metan a España en el puto culo, a ver si les explota dentro y les quedan los huevos colgando del campanario». Y perdonen tanta finezza, pero es lo que el señor Rubianes (nacido en Villagarcía de Arousa, pero catalán, por la gracia de Dios) declaraba esto en una entrevista en TV3 en 2006. Y ha sido a este personaje, mediocre actor y director de andar por casa en Cataluña, al que se le ha dedicado la calle en detrimento del almirante Cervera al que Colau, en su infinita ignorancia, llama facha, desconociendo que no podía ser un fascista porque esta ideología nació durante el periodo de entreguerras en Europa en 1919, inmediatamente después del fin de la Primera Guerra Mundial y es en 1922, con la llegada del dictador Benito Mussolini al poder en Italia, cuando se comenzó a instaurar esta ideología en nuestro continente. Pero es lo que hay. La torpeza y el sectarismo, no tienen límites: La alcaldesa de Barcelona tampoco.