Desde hace unos días tengo una ventana nueva en mi casa. Es una ventana de la paleta cromática de un amigo, el pintor Juan Bautista Sanz. Una paleta de la poesía del paisaje y los objetos, la de los azules puros, marinos y celestes; paleta de los verdes vegetales de este Mediterráneo al que se le adelanta la primavera con esta ventana. Y es que hace unos días ha llegado Juan Bautista con veinte cuadros, 20 momentos prefabricados (se puede ver en la Galería Chys hasta el 20 de marzo).

Ya no más tristeza, la ventana me trae sus pececitos rojos Matisse que entran y salen de la pecera, desde la magia de la misma pintura del creador, los cristales de la ventana están abiertos, se ven barquitos y palmeras. Es la primavera mediterránea. Por eso el pintor ha llamado con versos de Joan Manuel Serrat a cada uno de sus cuadros. Hay una pequeña mesa sobre la que descansa un florero, a la derecha flores frescas y el mar al fondo, sin línea que lo distinga del cielo tan azul.

Esta ventana de mi amigo ha llenado mi casa de primavera, la de un mediterráneo deseado, de una poética de la sensibilidad más luminosa. Se acabó la tristeza que veníamos padeciendo. Ahora, las trascendencias de los colores nos llevan desde las emociones de la paleta golondrina, ligera, personalísima y abierta, por unos rasgos amarillos suaves, hasta ríos de afecto, esperando que el olvido no llegue a nuestro conocimiento mediato, sino que, por el contrario, recordemos los momentos en que estábamos todos aprendiendo que no es dolor lo que nos falta, sino abrazos, retorno de aquellas emociones que nos hicieron como somos.

Juan Bautista Sanz ha puesto en mi casa esa ventana de la luz suavísima que ya conocía don Antonio Machado en el patio de su casa de Sevilla cuando era un niño aún. Tan distinta luz como lo era la de los cielos de Soria y hasta la de las llanuras castellanas.

Y nosotros hemos pasado de aquel cainismo que nos mostró la historia de nuestro país y hasta de nuestra misma tierra, a la razón austera de dar solución a este dolor que alguien puede padecer. Cada día que pasa somos menos eficaces para cambiar de sitio. Por eso nos gusta mirar a un lugar fijo, determinado, si puede ser amado, o el que ya conocemos y nos dice sus palabras, su color y hasta su temperatura.

Qué suerte tener un amigo que maneje los colores más brillantes de la paleta, que haga de lo inesperado, como desde un rayo hernandiano, indomable, manchas de luz que nos llenen los ojos de nuestros colores mediterráneos, explosivos, inmediatamente, sentidamente, de refulgentes colores, como aquellos textos de Serrat y como los cuadros de Juan Bautista alumbrando la galería donde viven ahora, no se lo pierdan. ¡Cuánta belleza acumulada en los ojos y cuánto sobresalto de alegría!

Ya os digo que tengo una ventana nueva en mi casa, y os cuento mi alegría, que es del corazón cuando quisiera ver por la senda de estos colores a los amigos y las amigas que se fueron tan de repente. Y me acuerdo de todos. Y los nombramos en el lugar que les corresponde, entre los objetos que observo y los que busco. Y abro esa ventana, y entra el fresquito de la mañana, y se humedece la vida y mis lágrimas también humedecen mis ojos mientras avanzo por una vereda de palmeras amarillas que hay en una de esas ventanas que han quedado en Chys, la galería del arte de Juan Bautista Sanz, rodeado de amigos artistas y de amigos hermanos, y toda su familia, incluidas tres hermosas nietas. Y nos miramos. Y no nos encontramos tan mal aun sabiendo la edad que tenemos.

Y ya conozco que, mientras arden los colores en lo cartones, en las tabletas y en los lienzos, hay siempre una línea diferente que Juan Bautista la puso ahí para que cuando salgamos a estos viajes imaginarios; para que, si vuelvo, no me pierda. Y he dejado de fumar, pero no olvido que los jueves tengo Parnaso, que es precisamente la única poesía que ahora vivo y convivo, pero que es poesía.

¡Dios mío, cuánta cosa he descubierto desde que florece la nueva ventana en mi casa!

Gracias, amigo.