El muro del solar que hay frente al colegio de mis hijas hace las veces de gran panel en el que se anuncian todo tipo de eventos y espectáculos: ferias, conciertos, obras de teatro, etc. La pared luce esta semana la publicidad de dos circos, en ambos casos con carteles enormes, pero con un contenido bastante diferente. El Gran Circo Alaska muestra un gran colorido con sus payasos, sus malabaristas y un apartado especial dedicado al cine infantil, con personajes como Ladybug, La Patrulla Canina, Masa y el oso o los Superwings, entre otros que los padres conocemos bien y sirven de reclamo para que nuestros niños pidan con insistencia que vayamos a verlos. El otro es el Circo Rojo, con un cartel de fondo negro en el que aparecen todo tipo de personajes cuya inocencia dista mucho de la de los dibujos del otro circo con el que comparte muro y cuyo espectáculo de este año han llamado Killerland, que traducido del inglés al español es tierra asesina. El espectáculo trata de atraer al público con lemas como «el apocalipsis se acerca» o «atrévete a romper tus límites». Quienes quieran asistir a animaciones de este tipo allá ellos, porque cada uno es mayorcito para decantarse por una u otra forma de disfrutar, pero tal vez debería cuidarse más dónde se permite instalar los carteles de algunos eventos, no vaya a ser que nuestros pequeños cambien su concepto de la palabra circo. Hace años se anunció desde el Ayuntamiento la elaboración de una normativa sobre cartelería, que bien sigue en los cajones, bien no tiene gran efecto.

Porque nos echamos a la calle en masa para reclamar un trato igualitario y digno para las mujeres, mientras permitimos que nuestros niños contemplen en los muros de sus calles, junto a sus colegios, anuncios de salas de nuestro municipio y alrededores en los que las señoras que salen en ellos y sus compañeras serán muy dignas, pero son utilizadas como meros objetos sexuales. Habrá quien me considere un retrógrado, pero conste que defiendo que cada uno se exprese cuando quiera, como quiera y donde quiera, siempre que respete las leyes y también a los que le rodean. Lo que dudo es que sea muy edificante para la formación de niños que acuden en babi y uniforme al colegio ver algunas imágenes, sin tener en cuenta el brete en el que nos ponen a los padres cuando señalan a esos carteles con los que te topas sin preaviso y te preguntan qué es.

A los que pagan por ver un circo que escenifica una tierra asesina, con personajes que transmiten unas ideas y valores cuanto menos poco deseables para nuestros hijos, nada que reprocharles, salvo que quizá muchos de ellos sean también padres y tengan unos niños a los que educar. Sólo les haré unas preguntas: ¿Les gustaría que su hija fuera la joven que interpreta a la adolescente asesina? ¿O que su hijo hiciera el papel de pequeño loco sadomasoquista? ¿O que su pequeña princesa encarnara a la diva jadeante? Para gustos, colores.

La cuestión es que seguro que las sesiones que ofrecen rozan el lleno, como ha ocurrido con otros espectáculos anteriores de similares características y quienes lo ven se deshacen en elogios y buenas críticas para que otros acudan a presenciarlo.

Y así, dan pasos de gigante quienes pretenden implantar una sociedad en la que la línea entre lo malo y lo bueno es cada vez más difusa, quienes ensalzan el exhibicionismo grosero y gratuito, frente al pudor, quienes premian al chulo irrespetuoso porque mola más que ser educado y el saber estar, quienes confunden la libertad con hacer lo que te da la gana porque tú lo vales y el otro es sólo una mierda. Eso sí, luego nos escandalizamos y ponemos el grito en el cielo cuando leemos que un alumno de cada aula sufre acoso escolar cada día en nuestra Región, con empujones, patadas, golpes, insultos, motes, burlas o humillaciones, según un estudio de la Universidad de Murcia. Y nos apenamos al saber que las salidas de los Bomberos de Cartagena se han disparado para atender emergencias en casas donde viven ancianos solos, cuando somos nosotros los que los abandonamos. Y nos indigna escuchar que en España son más de seis mil los casos de personas desaparecidas, dos mil de ellas niños, cuando son nuestros valores los que desaparecen poco a poco y dejan paso a que haya más personas dispuestas a secuestrar o captar a seres humanos para vete tú a saber qué fines.

Tal vez el problema sea que nos dejamos impresionar y asombrar con espectáculos de mal gusto y poco edificantes (por decirlo de forma suave), nos reímos y aplaudimos ante escenas repugnantes, porque ya nada nos escandaliza, porque nos estamos acostumbrando a leer con más morbosidad que preocupación las malas noticias, las que muestran la peor cara del ser humano.

Nos enteramos ayer de que la Unidad Militar de Emergencias movilizará a tres mil personas para el simulacro de un gran terremoto en Murcia y Cartagena el próximo mes de abril y, aunque suene apocalíptico, permanecemos impasibles ante el terremoto social en forma de crisis de valores que nos está transformando y contra el que podemos rebelarnos, porque quiero pensar que somos muchos más los que nos decantamos por las cosas bien hechas y estoy convencido de que hay una aplastante mayoría de gente sensata y buena. Y menos mal, porque al final, nos toca elegir entre dejar a nuestros hijos una tierra asesina o una tierra de vida. Así, cuando entonemos eso de ´había una vez´, nuestros niños seguirán teniendo un circo que alegra siempre el corazón.