El sábado me pasé por la jornada de Economía Social que organizaba Izquierda Unida Verdes Región de Murcia, IUVRM, en Fortuna. Estaban casi todas las organizaciones que se curran este tema en la Región, desde los de los Viveros Muzalé, con su apuesta por la agricultura con especies autóctonas, hasta los Traperos de Emaús, la ONG decana en la lucha por la inclusión social y las tres erres. Pasando cómo no por La Solar, la cooperativa energética murciana que planta cara a Iberdrola con una electricidad de fuentes renovables. Me encantó comprobar la fuerza y convicciones con que vienen plantando cara, la solidez de la alternativa que proponen al mercado convencional, los beneficios (sociales, medioambientales, culturales) que estamos ya disfrutando. La verdad es que muy bien, oye.

Pero hubo una intervención que me tocó especialmente, que me retrató. Que me retrató para mal, digo. De repente, desde el estrado alguien me estaba llamando izquierdista triste, elitista cultureta, estirao. Refiriéndose con sorna a ese activista gafapasta que mira el mundo del fútbol por encima del hombro y resume todo con un conjunto de clichés casposos: alienación, bajas pasiones, panycirco, etcétera, etcétera. Reconozcan que hacer eso en un acto organizado por Izquierda Unida demuestra, por lo pronto, tener agallas.

El tipo se llama Ulises Illán, y todavía nos tenía revolviéndonos incómodos en los asientos cuando nos largó una exposición sobre la historia del fútbol (un deporte creado y popularizado por la clase trabajadora) que nos dejó mirándonos las puntas de los zapatos. Nos contó que existe un fútbol sin nada que ver con el espectáculo de esa liga patrocinada por un banco que sale por la tele de pago. Él no quiere llamarlo 'fútbol popular', porque cree que el que necesita un adjetivo es el otro, el que enfrenta a veintidós mercenarios millonarios los domingos por la tarde. Pero acepta la etiqueta.

Ulises es el vicepresidente del C.A.P. Ciudad de Murcia, un club aún propiedad de sus socios, con funcionamiento asambleario, con valores éticos, con cantera y con una fe en el deporte de base capaz de conmoverme hasta a mí, el izquierdista prejuicioso. En su escuela de fútbol también participan niños y niñas de familias sin recursos. Tienen un equipo femenino que no para de ascender, y también compiten en la liga adaptada con un grupo mixto (sin separar por vertientes de discapacidad). Financian además proyectos deportivos en campos de refugiados saharauis, y su ejemplo (llevan ya desde 2010) está cundiendo en el universo futbolístico del país. En Tarragona, en Orihuela, en Aspe, nuevos Clubes de Accionariado Popular han empezado a funcionar siguiendo este modelo.

Y vosotros diréis: acho, con la de movidas que están pasando gordísimas en la actualidad política, tú nos vienes con no sé qué de un club de fútbol. Y yo os contestaré: sí, cierto. Hay mucho por transformar. Pero pijo. Si tenemos aquí al lado a una gente que ha sido capaz de convertirme a mí, el rojo libresco, el estirao lector de Lacan, en todo un rojinegro de la noche a la mañana, esto hay que estudiarlo bien.

„No, no, déjate de estudiar, hijo. Esto vas a tener que vivirlo.

„Venga, va, pasa la bufanda y vamos pal campo. No prometo nada.