La nostalgia es peligrosa. Y tramposa si juegas con ella. Ya lo cantaba Sabina en Peces de ciudad: «Al lugar al que has sido feliz no debieras tratar de volver». Hay tesoros de nuestra memoria que para preservarlos intactos es mejor dejarlos precisamente en el rincón de los recuerdos; desenvolverlos (revolverlos y agitarlos) puede ser desaconsejable. Ocurre, por ejemplo, con los momentos únicos de la infancia, como los que provoca el cine, cuyo efecto en la mirada de un niño puede llegar a ser mágico, casi extraordinario.

Aún conservo vivo el impacto de Jumanji, aquella cinta de mediados de los noventa que protagonizaba el inolvidable Robin Williams. Aquella película, entretenida a ojos de un adulto poco exigente, fascinante a los míos de siete años cuando la descubrí, reunía tanto la emoción de la aventura de sus protagonistas por liberarse de aquel siniestro juego de mesa como la tensión del peligro inminente con aquella música de tambores tras cada tirada de los dados.

Con estos recuerdos era imposible no escaparse ahora de Jumanji: Bienvenidos a la jungla. Había que verla, aunque fuera sólo como homenaje. Este ´remake´ de Jumanji se esfuerza por mantener el espíritu aventurero, en un tono aún más familiar y propenso a las bromas, y lo fía todo al tirón taquillero y simpático de actores como The Rock y Jack Black; pero se aleja de la original en la falta de sensación de riesgo y en la ausencia de carisma en sus personajes. Resuenan tambores, pero ya no hay dados; ni tampoco encontramos un Alan Parrish triste ni una Sarah traumatizada. La película, aun así, consigue que se pase un buen rato. ¿Cautivará a las nuevas generaciones? Nunca se sabe qué tesoros se guarda un niño para siempre.