Es muy aburrido asistir al espectáculo de superchería idealista de los independentistas, el buenismo de los agentes políticos españoles, los agravios inventados de ciertos partidos políticos y en definitiva el invento de la historia del nacionalismo catalán. Resulta agotador escuchar las patrañas de todos los actores que están subidos sobre las tablas de este teatrillo. Cuando pienso en todo este asunto de la independencia de Cataluña se me amontonan las ideas y pienso que lo mire por donde lo mire no hay por donde cogerlo; ciertas cosas solo pueden pasar en España.

Analizar la historia de la deriva del procés catalán resultaría agotador, pero ciñéndonos a los últimos hechos, da la sensación de que unos y otros, unionistas e independentistas, no hacen otra cosa que tomar el pelo a los catalanes en particular y al resto de españoles en general con actuaciones que solo se pueden calificar de inaceptables y patéticas. Las últimas intervenciones públicas de los agentes políticos en diferentes escenarios electorales dan buena cuenta de lo que estoy diciendo, empezando por Soraya Sáenz de Santamaría cuando aseguró que el PP y Rajoy se merecían los votos «para seguir liquidando al independentismo». Esta frase, que no sé ni cómo calificar, es en boca de la vicepresidenta del Gobierno (en teoría democrático y que representa a todos los ciudadanos) una meada fuera de tiesto que espanta de una sentada la convivencia, la concordia y el acuerdo que tanto necesitan España y Cataluña para aprender a convivir juntas o por lo menos a soportarse.

Hay mucha declaración y mucha sobreactuación esperpéntica donde elegir, pero siendo realistas y objetivos con el procés si hay que echar cosas en cara y pedir explicaciones hay que hacerlo con el Estado; a los independentistas se les puede acusar de muchas cosas (de inventar un nacionalismo mitológico, del adoctrinamiento en los colegios, la hegemonía en los medios de comunicación y de la persecución de los disidentes), pero no de que no avisaran sobre sus pretensiones secesionistas, de las que queda constancia escrita en el documento de Joseph María Jové: la hoja de ruta de los planes del Govern.

El Gobierno ha tenido mucho tiempo para actuar, y a lo largo de todo este tiempo no ha hecho absolutamente nada salvo esperar a que las cosas volvieran a su lugar por sí solas, manteniéndose en esa postura buenista que caracteriza al partido de corte conservador que siempre se ha movido en los escenarios políticos con lentitud pasmosa (lo del 155 es de traca) y pensando más en que no lo tachen de facha, en el qué dirán, que en el 49,4% de catalanes que no quieren la independencia.

Hablar de cómo se estructura el nacionalismo, una dictadura y/o regímenes totalitarios, es harina de otro costal, pero si el Gobierno hubiera sido menos prudente (la prudencia al final es colaboración) y muchos de esos dos millones de catalanes que votaron por la independencia de Cataluña hubieran echado un vistazo al reinado de Lenin o de Hitler sobre sus modos de conducirse y sus métodos para llegar al poder y controlar al pueblo ruso o al alemán, los cantos de sirena de los independistas sobre que «España nos roba, solos somos más fuertes y las empresas no se marcharán», habrían caído en el saco roto de los cantos 'fabulosos' de la seducción y el engaño de cuatro políticos paletos e ignorantes que todavía a día de hoy una no se explica cómo han sido capaces de dirigir la revolución y mucho menos llegar a la cabeza de su partido.