Uno que cada vez tiene menos ganas de ver el mundo y sus oropeles, se siente cada vez más atraído por lo propio. Cuando el 'pelacañas' hace acto de presencia, inaugurar la mesa de camilla y su consabido brasero se convierte en todo un rito que exige el vestuario adecuado: zapatillas de franela y jersey de manida y gruesa lana cuyos bolsillos aún esconden algún moquero esquivo, elemento imprescindible ante algún catarro del pasado invierno. Todo lo más y sin que apetezca ir a ningún lugar y tratando de aprovechar las horas de agradable sol conduzco el viejo utilitario por mi autovía preferida, la que me garantiza no llegar a destino alguno; la única, la exclusiva de aquí, la genuina autovía del bancal. Chapuzas, desidia, olvido o incompetencia son los pecados que afectan a la Murcia de hoy en lo que se refiere a infraestructuras que suelen ser más aparentes que efectivas.

Mucho se ha hablado de las rotonda murcianas, de su amplitud, de sus virtudes y defectos y de las obras de arte que las visten. La imaginación popular las ha rebautizado a su antojo y con gracia: la de las colillas, la de los higos de pala, el mundo de los jamones, el chicle, el montón de tierra, que no es otra que la isla Grosa; la del perigallo, el engendro de la carretera de Alicante. La rotonda más pequeña del mundo sita en Torreagüera, y la Minipymer, también conocida por la batidora y que no es otra cosa que una muela según el artista y las indagaciones llevadas a cabo por mera curiosidad; un homenaje al Colegio de Dentistas murcianos, no sabemos si por alabanza al oficio o por los piños que cada día se dejan los automovilistas al transitar por tan concurrido caos. La rotonda de la muela está ubicada en la confluencia de Ronda Sur con el camino de Santa Catalina y con salida y entrada de la autovía Murcia-Cartagena.

La señora que atiende el vivero de flores que hace 'picoesquina' informa de que a diario se producen choques, roces, cuando no mayores. El vecino de enfrente, vivienda tradicional con terraza, muy bien podía haber construido una lujosa mansión con el presupuesto que le supone (suponemos que a las compañías de seguros) la restauración del muro que abraza la vivienda, ya que una semana sí, y otra también, algún vehículo se estrella contra la misma, destruyéndolo, y todo por la ausencia de semáforos, venidos a menos éstos ante la moda importada de las rotondas. Los hay, con seguridad, que con el fin de llegar a su destino y hartos de estar hartos de la espera a la que se ven sometidos a cualquier hora del día, cerrarán los ojos, aventurándose en el torbellino, asumiendo el posible y fatal destino de perder los dientes, paradojas de un punto negro en la circulación de la ciudad con una rotonda que trata de homenajear a los estomatólogos y odontólogos, quizás aumentando su parroquia.

Una rotonda peligrosa, donde los numerosos vehículos que la frecuentan ruedan a demasiada velocidad y los conductores se ven sometidos a la impaciencia y crispación debido a las retenciones que se producen en las horas punta del día. Estamos de acuerdo en que las rotondas son prácticas en la mayoría de los casos, pero su existencia, no exime de la instalación de semáforos que contribuyan a agilizar y hacer realidad una conducción segura y una circulación en la que no haya que lamentar desgracias.