Subo una vez un maestro Yoda, chaparrico, entre verdoso y amarillo, tal vez por su afición al papel fiduciario y al patrón oro. Su nombre, pese a su pequeña envergadura, era Montaña, que en catalán es Pujol. La fuerza era muy intensa en él, de manera que ilustró a su delfín en la energía del universo y en los arcanos de la economía política. Yoda era reputado alquimista y sabía cómo extraer petróleo de la piedra 'urnamental', aquella que posee la clave de las mayorías parlamentarias aun cuando sólo se posea un escaso número de escaños. Fue nominado como aquel rey mitológico, Arturo, el que extrajo la espada Excalibur de aquella piedra urna, dejando una ranura para los comicios. De apellido era Mas, pues no hay nada más permanente por aquellas tierras que una masía.

Como buen discípulo, creyó poseer los dones de la fuerza y quiso superar al maestro haciendo suyos los designios de las walquirias, las diosas guerreras nórdicas que tanto admirara el austriaco de bigote mosca ( Chaplin usó su imagen especular como contrapunto cinematográfico). Y convocó a los hados independentistas en una suerte de carrera hacia el abismo. Pero un oráculo apolíneo había vaticinado que el fruto de su matrimonio sería más poderoso que su padre. Así que devoró a convergencia y unión para evitar el fatal destino. He aquí que la desposada ya había engendrado en su seno un nuevo ser catalónico, de manera que al cabo del tiempo, una terrible cefalea españolista lo acongojó frente a un tribunal olímpico. Recurrió entonces a un poderoso mago llamado Romeva, quien usó como varita mágica un junco, que en su idioma es junquera. Con él abrió la cabeza de la masía y hete aquí que ella salió, trajeado y con flequillo, una réplica de aquel lumbreras, que fue bautizado Cerromonte, que en su lengua materna se dice puig de mont.

Quien está familiarizado con la mitología, conocerá la historia de la partenogénesis de Atenea, que surgió de la cabeza de Zeus en una de las primeras trepanaciones de las que se tienen noticia. Hizo de cirujano partero el herrero Hefesto y la diosa virgen emergió con su túnica y coronada del yelmo ático y demás atributos propios de su olímpica nación. Era Palas Atenea, de glaucos ojos, diosa de la guerra, de la estrategia, de las ciencias, de la justicia, de la civilización y de la sabiduría. Si no fue más que su padre Zeus, como vaticinó el oráculo al nacido de la oceánide Metis, quedó al menos como la diosa protectora de la ciudad que lleva su nombre. Fruto de una disputa con el mismo Poseidón, quien tuvo la ocurrencia de hacer un pozo, pero de agua salada, mientras que la diosa de la égida plantó un olivo. Los atenienses votaron y, valorando el enorme coste de una desaladora, prefirieron el oro líquido que sale de la aceituna. ¡Ay, Murcia de mis quebrantos! ¿Por qué no aprendimos de los áticos?

Cerromonte hizo usó sus dones. En la estrategia siempre anduvo por delante del barbado gallego y supo argumentar su mayor grado de civilización al inventar la democracia. Bien es cierto que ésta lo es a su manera, pues siendo también patrón de la justicia, promulgó una legislación a su imagen y semejanza; se aprobó sin deliberación ni debate y con nombre de leyes de desconexión, en clara alusión a su proceso psicopatológico. Como padre de la civilización, Cerromonte es el presidente de una nación tan milenaria que si no construyó pirámides, fue porque prefirió difundir su técnica entre los egipcios en la primera transferencia tecnológica de la que tiene noticia la historia de la ciencia. ¡Qué decir de la democracia! Pues fue un invento del propio Cerromonte y su aliado el Junco: democracia es votar y quienes lo impiden, no son demócratas. Pues así, a botepronto, ojalá que pronto les den el bote.

Explicado el patronazgo de la civilización, la estrategia y las ciencias, por eso de la ciencia infusa que fluye de su cabeza cual manantial, ha de alabarse su habilidad para la multiplicación de panes y de peces. En los tiempos de nuestro bachillerato, leíamos testimonios de aquella época que se llamó la Restauración. Contaba uno de ellos cómo había visto votar a su abuelo, muerto lustros antes, pero junto con él habían votado la mitad de los habitantes del cementerio. De la misma manera, las imágenes de las urnas del pasado festival del referéndum, ya aparecieron entrando a los colegios bastante colmadas de papeletas. De forma que el recuento fue del ciento y pico por ciento del censo electoral.

De sus dos últimos dones, el de la sabiduría está más que probado, pues es tal su natural ingenio que en el discurso de investidura reprodujo letra por letra el de su paridor Arturo el de la masía. Recurriré a un particular zoomorfismo que asocia a Atenea con el mochuelo y apelo a tu imaginación, apreciado lector, para recrear ese flequillo a dos aguas tal que las cejas de la nocturna rapaz. Queda pues, su dominio de las artes bélicas, pero hasta ahí no llega mi hondura y reconozco mi incapacidad para ver en Cerromonte los atributos necesarios para la guerra.