Les diré de entrada que ´zarramplín´ es una palabra que me gusta. Situada en la última vuelta del diccionario, junto a términos tan huraños y desapacibles como los de la familia de ´zarrapastroso´, si le acercamos el oído nos sonará a vocablo entretenido y juguetón, que nos inquieta con su inicio brusco y arrastrado, pero acaba con un alegre y nítido plin que lo abre a la imaginación. Oyéndolo, nos preguntamos si no será ´zarramplín´ nombre aplicable al niño inquieto y manifacero que corre, salta y todo lo toca, pero con una gracia juguetona que encanta a padres, abuelos y demás familia. Pero tampoco desdeñamos que dé nombre al contorsionista, volatinero o payaso que alegra con su animado trajín la función del circo. Y no nos extrañaría que fuera el joven despreocupado y bohemio, un tanto pícaro, que alegra las fiestas, trabaja poco y con menos se mantiene, aunque lo encontramos en todas las salsas.

Pero abandonemos toda esperanza porque, si lo examinamos bien, nada de este espíritu desenfadado y lúdico encontramos dentro de ´zarramplín´. Bajo su son cantarino está el pelagatos, el pobre diablo, el donnadie que a nadie hace gracia y nadie lo considera ni lo acoge. Y si no hay bastante con esto, vemos cómo cuelga la etiqueta de ´zarramplín´ sobre el hombre patoso y chapucero, que muestra escasa habilidad en su profesión u oficio. Y finalmente, notamos que las obras del tal son, naturalmente, ´zarramplinadas´, chapuzas y ocurrencias sin pies ni cabeza, que poco agradan.

Vean, pues, que del dicho al hecho a veces media un gran trecho; aunque a nosotros plin, porque nos seguirá sonando muy bien y nos dirá mucho nuestro imaginado ´zarramplín´.