No tenemos aún las competencias en Costas y ya se ha privatizado el Faro del Cabo de Palos, uno de los signos más enhiestos de nuestro patrimonio marino. Imagino, gracias a mi mente calenturienta, que ahora se convertirá en un gran falo que envuelva un anuncio de preservativos. Todo un orgullo para los murcianos, pues los turistas pensarán que en esta tierra sí importa el tamaño, como si fuera la Archidona cuyo cipote recorrió el mundo gracias al Nobel. Sin necesidad de subir a montículos ni trazar curvas, será emocionante verlo firme contra el viento y la marea. Desde abajo, porque de tú a tú, mirándole a los ojos, ya no podremos hacerlo si no es pagando.

Su luz sólo salvará ya a los más ricos, aquellos que exhiban un gran barco de recreo y putiferio, mientras los náufragos nos tendremos que conformar con su sombra si no cobra. Será como una gran exaltación primitiva que se abrirá entre las aguas para mostrar cuan bella es la publicidad y cuanto bien hará el dinero privado a nuestro paisaje público. No faltarán feministas que quieran abordarlo e, incluso, derribarlo porque ciertamente pasaron los tiempos en que un gran miembro masculino guiara el devenir. No parece que haya mayor placer, sin embargo, para algunos políticos que privatizar hasta el aire. Qué éxtasis encontrarán en follarnos a nosotros y a sí mismos, convirtiéndose en masturbadores mayores que el que pintó Dalí.

Chiringuito aquí, terrazitas sobre el paseo, campos de golf, urbanizaciones en parajes naturales, mercadillos a subasta, vallas por doquier y agresiones a tutiplén. Sin brújula, la costa murciana se convertirá en un gran escaparate de las bonanzas del capitalismo con un faro que será su punto de referencia.

Acaban con la filosofia, aquella que sostenia el Faro de Alejandría, cuya base era una biblioteca, y nos ofrecen luces privadas que nos llevan a la oscuridad.