El debate de la moción de censura coincidió con el 40 aniversario de las elecciones de 1977 que abrieron paso al sistema político surgido de la transición. La censura de Unidos Podemos al Gobierno de Rajoy en realidad constituía una enmienda a la totalidad a esos 40 años de Régimen del 78, por más que ése no fuera el planteamiento jurídico de la iniciativa adoptada por las fuerzas de izquierda. Así, la defensa del PP frente a la alternativa que pretendía visualizarse dando paso a la brillante intervención de Irene Montero, no tuvo otra naturaleza que la reivindicación del orden establecido y la estabilidad frente a la incertidumbre y el caos que surgiría de un gobierno de UP y sus confluencias. Rajoy y el PP se erigieron en garantes de un sistema que trajo la democracia hace décadas y que ahora asegura el crecimiento económico y la salida de la crisis, aunque no esté exento de «algunas cosillas» (en lenguaje mariano) y de ciertos «casos aislados», que no perturban la naturaleza esencialmente provechosa de una democracia que ha de blindarse frente a los populismos aventureros que traerían el desastre.

Prueba evidente de esa identificación del Régimen con el PP es la actitud de Ciudadanos, devenido mera muleta o apéndice del partido de Rajoy, aunque se desgañite contra la corrupción y abogue por la regeneración de la política, en una manifestación de cinismo político sin precedentes en la historia de este país. Porque efectivamente la Transición dio lugar a una democracia de muy baja calidad preñada de franquismo, con un peso desproporcionado de las fuerzas conservadoras que habían sostenido la dictadura. No hay otra explicación al hecho de que actualmente la gran mayoría de las instituciones, desde las más altas magistraturas hasta abajo, estén gangrenadas por la corrupción. De que el crecimiento económico vaya acompañado de una profunda devaluación salarial y de que los ricos paguen menos impuestos que nunca. También de que la crisis del modelo territorial que no se resolvió en el 78 emerja con virulencia y el poder reaccione con dureza e inflexibilidad, alimentando así la espiral secesionista en Cataluña.

La moción de Unidos Podemos ponía al descubierto no sólo la gestión del Gobierno del PP, sino la profunda crisis en la que se encuentra el Régimen a partir de la identificación entre éste y el tándem PP-Ciudadanos. Y en consecuencia propugnaba su superación, trascendiendo los cada vez más estrechos márgenes en los que se recluye y entre los que se asfixian la honestidad, las libertades y la vertebración social.

Pero que el Régimen esté en crisis no significa que esté a punto de caer. Los 170 noes a la moción de censura (PP-Cs) significan que ya carece de mayoría absoluta en el Parlamento. Pero los 81 votos favorables a aquélla evidencian que la alternativa no tiene la envergadura suficiente. La abstención del PSOE y la derecha nacionalista es una expresión de la existencia de fuerzas políticas que no se sienten cómodas en el Régimen pero experimentan temor y vértigo a superarlo.

Particularmente llamativo, y clave en todo este asunto, es el caso del PSOE. Desde que Pedro Sánchez recuperara la Secretaría General, el partido bascula entre posiciones rupturistas y otras acomodaticias. Mientras que en la 'confesión' de Sánchez ante Évole, el socialista afirmaba que el acuerdo con Ciudadanos había sido un error y que debería haberlo buscado con la izquierda, en un reciente artículo de prensa vuelve a hablar del pacto simultáneo con UP y con Rivera, a sabiendas de que éste es un escudero del PP que no quiere saber nada de la izquierda. A la par que se reivindica que España es una nación de naciones, se respalda la posición intransigente de Rajoy ante el conflicto catalán. Propugna la derogación de la reforma laboral del PP, pero calla ante la del PSOE, cuestionada en su día por los sindicatos mediante huelga general.

En fin, la pervivencia del Régimen depende del camino que finalmente emprenda el PSOE.