Los portugueses desconfían por naturaleza de los españoles, y creo sinceramente que hacen bien. Se supo hace poco que el cártel de las empresas privadas españolas que se dedican a apagar fuegos por cuenta de las Administraciones públicas, amañaron y se repartieron también los concursos portugueses, hasta que se descubrió el pastel en 2015 y tuvieron que replegar velas.

La verdad es que los portugueses son un poco obsesivos de más con ese asunto de los españoles. Me recuerda mucho a la obsesión de los cartageneros con Murcia, como ese concejal de turismo cantonal que afirmó en una entrevista en la prensa que sabía de muy buena tinta que el alcalde de Murcia, por entonces mi amigo Pepe Méndez, había enviado a un propio para llevarse al tipo de paseaba a los turistas en calesa por Héroes de Cavite y el puerto de Cartagena. ¡A cualquier precio! afirmaba. Fue una de esas veces en que me avergoncé de ser cartagenero por mor del estúpido y parroquiano furor cantonalista.

Cuando llegué por primera vez a Portugal no me pude sustraer de comprar y leer un libro que adornaba los escaparates de la mayor parte de las librerías lisboetas. Tenía un toro enfurecido en portada, que combinaba estridentemente el rojo y amarillo de nuestra bandera y se llamaba A invasao, con el circunflejo en la segunda 'a', aquí irreproducible. Por lo visto, el autor había adquirido un conocimiento exacto de cómo los directivos de las grandes empresas españolas se repartían Portugal a trozos, como si de un pastel de nata se tratara, en reuniones mensuales que se celebraban en un lugar secreto del Paseo de la Castellana. Bueno, visto lo visto con el cártel de los apagafuegos, finalmente no iba tan descaminado el autor.

Los portugueses son buena gente donde las haya. De hecho, cuando llegas a un hotel o a una 'pastelaria' portuguesa, es inevitable rememorar aquellos viejos tiempos en que los camareros y recepcionistas españoles también eran gente educada y encantadora, gustosos de servirte y agradecidos a la clientela. Sin embargo, les cuesta ocultar un resentimiento ancestral ante todo lo español y no me extraña que se suban por las paredes cuando, después de la tragedia de estos días, queden en evidencia una vez más las empresas españolas que pretendían aprovecharse de sus perentorias necesidades, en esta cado de lucha contra el fuego.

La situación geopolítica de Portugal, al borde del mar pero cercenados de su conexión terrestre al continente europeo por la separación del imperio castellano, los ha marcado históricamente, tanto en el plano económico, principalmente, como en el sociológico y hasta en el psicológico. La relación con los españoles ha sido siempre de amor y odio simultáneamente. Por una parte nos admiran. Por otra parte piensan que estamos conspirando permanentemente contra ellos. El caso es que, si algo no somos para ellos, es indiferentes.

Está la cosa del tren. Para ir de España a Portugal en tren no tienes más remedio que coger un nocturno que se para ante cualquier vaca despistada. Si quieres pasar la noche decentemente, tienes que pagar una tarifa por el coche cama que no pagarías ni en un hotel de cinco estrellas, y no digamos ya en el avión. Fue lamentable, pero muy popular entre los portugueses, la cancelación del proyecto de tren de Alta Velocidad de Madrid a Lisboa. Los portugueses siempre se imaginaban un tren lleno de empresarios depredadores, dispuestos a quedarse con los despojos de las empobrecidas empresas portuguesas, en vez de ver la realidad, o sea, que el AVE les traería a millones de ávidos madrileños en busca de nuevas experiencias turísticas a bajo coste, siempre sedientos de playa, mar y cerveza. Para bien o para mal. Personalmente pienso que para mejor.

Después está la cosa de los bancos. Los portugueses llevan fatal la penetración de los bancos españoles, un fenómeno por otra parte imparable y favorecido sin duda por las autoridades el BCE, que ven en ello una garantía de solvencia y un camino para la imprescindible ganancia de tamaño que tanta estabilidad proporciona al sistema financiero. Santander y Caixa Bank han sido la punta de lanza de esta penetración. Sin duda seguirán otras entidades. Es una ley natural, y es algo básicamente bueno para todos, empezando por las propias empresas y consumidores portugueses.

Así que nosotros nos hemos quedado sin tren, y ellos se han quedado sin bancos. Por lo demás, la economía portuguesa ha demostrado una enorme resiliencia frente a la crisis. Ha pasado lo mismo que en Grecia, pero esta vez la cosa aquí ha salido bien. Se han tragado su orgullo nacional y lo han reconvertido en una potente fuerza colectiva para remontar la crisis. Incluso con un gobierno de izquierdas, sus cuentas públicas están francamente mejor que las españolas.

Y Lisboa, ¡qué decir de Lisboa! Estuve allí hace unos meses y me encontré con una ciudad espléndida, camino de igualar a Barcelona en oferta de shopping, ocio y restauración. Sin haber perdido, por otra parte, ni un ápice de su extraordinario encanto melancólico, impregnada a medias de la tristeza del fado y de la alegría por un futuro vuelto a encontrar a las orillas de una Europa que resurge de sus cenizas.