Me he comprado una casa. Me ha costado un ojo de la cara y parte del otro. Sus propietarios han decidido que yo era el mejor comprador. En realidad, era el único dispuesto a pagar lo que pedían. Y me interesaba bastante hacerme con ella. Lleva años cerrada y abandonada. Su deterioro es notable y pide una remodelación integral a gritos. He pensado en derribar su interior y reestructurarlo. Me va a costar otra pasta. He presentado en el Ayuntamiento la solicitud de licencia de obra. Me gustaría empezar cuanto antes, porque cada día que pasa pierdo el dinero que me cuesta el alquiler del piso donde me encuentro provisionalmente, un gasto que tengo que sumar al de mi hipoteca que, a pesar de que ahora ya no tiene cláusula suelo, está por las nubes.

Entre la subida de la luz, el retraso en la tan prometida y cacareada rebaja en el recibo del agua y el aumento del precio de los calabacines y las berenjenas mi nómina empieza a quedarse más que corta. Porque la carne y el pescado siguen siendo productos casi de lujo y, a este paso, también lo va a ser una tortilla de patatas. ¡Manda huevos!, que diría nuestro paisano Trillo, a quien, por cierto, podrán declarar ´non grato´, pero es una pérdida de tiempo, porque siempre será cartagenero, nos guste o no.

Me estoy desviando, pero es que hay tanto que cotillear que uno se despista, o lo despistan, sin que se dé ni cuenta. Les estaba hablando de mi casa nueva, bueno, nueva porque la acabo de comprar, porque es una auténtica ruina. Sí, el edificio es histórico, aunque por más que lo miro, no veo por ningún lado ninguna obra de arte ni dónde puede estar su interés arquitectónico. Es feo. Y sí, sus muros serían capaces de contar miles de historias interesantes, si no fuera porque están para tirarlos. Ya, ya sé que poco les importa que me compre una casa, pero seguro que me entienden, cuando les cuente lo que me ha pasado justo después de adquirirla. Resulta que, ahora, precisamente ahora que acabo de comprar la casa, se ha fijado en ella el Ayuntamiento. Quiere darle un uso socio-cultural, convertirla en un espacio para el disfrute de los vecinos. ¡Mi casa! Además, acaba de iniciar un expediente para que la declaren Bien de Interés Cultural, precisamente, un mes después de que yo la haya comprado, que si llego a saberlo antes, va a firmar la hipoteca su tía. Y digo yo que a qué viene tanto interés ahora por mi casa, si han tenido siete años para negociar con sus antiguos propietarios y hacerse con ella. Pues no, han preferido esperar a que alguien se gastara una millonada. Debe ser que durante estos últimos siete años no era tan necesario disponer de ese espacio socio-cultural que tanto urge ahora.

La cosa no acaba ahí. Ellos tienen la sartén por el mango, de ellos depende que yo obtenga la licencia de obra y ya han dicho que no me la van a dar. Y, encima, tienen el morro de plantear que lleguemos a un acuerdo para que una parte del inmueble que yo he pagado con mi dinero se destine a uso público. Y ni siquiera tengo claro que se conformen con eso. Vamos, que ya podían haberlo pensado antes y yo me hubiera estado quieto y me hubiera ido con mi hipoteca a otra parte, porque a ver cuánto tiempo aguanto pagando el recibo mensual al banco y el alquiler. Porque sí, se sigue creando empleo, pero mi Mari sigue siendo una de esas tres millones de personas que aún engrosan la vergonzosa lista del paro de este país. ¿Qué harían ustedes? Sí, ya he pensado en los tribunales, pero andan tan ocupados con tanta imputación de políticos y otros seres trajeados que pueden pasar años hasta que decidan sobre mi casa y, total, al juez ni le va ni le viene que yo tenga que pagar dos viviendas porque no me dejan arreglar la mía para vivir en ella. ¿O sí?

Afortunadamente, ni yo ni nadie de los míos estamos en una tesitura como ésta. Salvando muchas distancias con cualquier particular, es el Hospital Perpetuo Socorro el que se ha encontrado con una situación similar a la descrita, ya que tras adquirir la cárcel de San Antón mediante una subasta pública a la que podía haber concurrido quien quisiera, resulta que ahora esta vieja prisión es uno de los mayores tesoros de nuestra ciudad para el Ayuntamiento. Y se quiere hacer con él. Poco importa si se perjudican los intereses de una empresa que ha comprado un inmueble y ha planificado un proyecto que, además, crearía empleos. Como poco importan las situaciones personales de cada uno en este mundo burocratizado.

Lo que importa, lo que nos preocupa, lo que nos lleva a la discusión exacerbada es el sexo de los niños. ¡Venga ya! Me pregunto qué dirán los médicos a los padres de un recién nacido: «¡Ha sido niñ@!». Y no es homofobia, es biología. Luego, a cada uno nos puede gustar o nos podemos sentir lo que queramos. ¡Viva la libertad! Eso sí, me parece absurda y peligrosa una guerra de autobuses con mensajes. Menos mal que nuestros científicos encuentran cada vez más planetas a los que quizá podamos escaparnos en el futuro. Si no cogemos el timón, vamos a la deriva. O, como en la película de Berlanga, todos a la cárcel.