¿Te importa si finjo que es sólo sexo? Doctor, por favor, dígame que no es amor. Tengo miedo a creer, pero, sobre todo, me aterra tener que dejar de creer otra vez.

Lo siento, seguramente la culpa no es tuya, quizá ni siquiera es de quienes estuvieron antes que tú. Es más, no se trata de buscar culpables, pero la situación es la que es.

Y yo siento miedo y pudor y vergüenza y reparo y desconfianza.

Perdóname, pero no estoy acostumbrada a querer y que me quieran. No estoy acostumbrada a esa entrega tuya. Se me hace raro que alguien me haga sonreír todo el tiempo, que te acerques sólo con buenas intenciones y que sólo desees que sea feliz.

Perdona, pero me cuesta creerlo y me emociona al mismo tiempo. No es posible que esto me pase a mí. No lo es, me repito.

Maldita sea esa creencia generalizada que nos incita a pensar que si algo parece muy bueno es que es ´demasiado bueno para ser verdad´. Y eso me pasa contigo, eres muy bueno, muy bueno, demasiado bueno para ser real, me torturo.

Sí, tengo todos esos miedos, todas esas dudas y sin embargo, estoy en ese punto de no retorno. Hay momentos, personas que se nos hacen inevitables y éste es uno de esos momentos y tú, una de esas personas. Voy sin frenos, no hay nadie al volante, ni siquiera miro si hay red, si llevo puesto el paracaídas o si el punto de llegada está acolchado. Estoy lanzada, decidida, aún sabiendo que las cosas nacen con fecha de caducidad, con vocación de dejar de ser. Pero no me lo quiero perder, no me quiero perder este viaje, esta caída, esta subida, lo que sea. Me he propuesto no pensar, dejarme llevar, fluir, sólo eso. Pero, ¿acaso lo consigo? Pues no sé yo.

Y resulta que la situación es bastante más grave de lo que pueda parecer, de lo que cabe imaginar y de lo deseable.

Esto que nos está pasando (o que me está pasando), se ha convertido ya en una cuestión física. Ando todo el día con un peso en el pecho, un nudo en el estómago y una sensación extraña, muy extraña.

Tú acompañas cualquier otro pensamiento a lo largo del día y de la noche. Eres una constante en mi cabeza, en mi corazón, en mi entrepierna.

Estoy realmente jodida. Se me acelera el corazón cuando me hablas, me tiembla el estómago, se me seca la garganta. Llevo una estúpida sonrisa en mi cara. Vivo en una puñetera montaña rusa, qué digo, una ruleta rusa es esto que me pasa. Y ha sido todo tan rápido, tan inesperado y tan pura casualidad como inconveniente.

O tal vez, todo lo contrario. Quizá llegas cargado de tiritas y besos y llegas en el momento oportuno, justo a tiempo. Quizá hemos llegado para repararnos el uno al otro. Sí, lo sé. Ésa es una labor propia, nadie sana por cuenta ajena, pero, a lo mejor y sólo a lo mejor, no viene mal a veces que te echen una mano. Y a mí, tus manos me encantan.