Si no tienes Twitter estás muerto», me dijo el otro día un conocido que me animaba a usar esta red social. Pero lo que ocurre cada día con los tuits las polémicas estúpidas, los insultos, las jaurías histéricas que persiguen a alguien me lleva a ser muy desconfiado con Twitter, así que quizá valga más estar muerto (en el sentido que le daba este conocido, se entiende). Me escama mucho que Donald Trump sea un tuitero frenético que se pasa el día y la noche tuiteando sin parar, alardeando de lo bueno que es él y de lo malos y estúpidos que son todos los demás. Y me preocupa mucho que miles y miles de tuits estén cargados de violencia y resentimiento (en este sentido, no hay muchas diferencias entre Trump y muchos de sus detractores, que son igual de arrogantes y resentidos y violentos). Sé que hay mucha gente que usa Twitter con sobriedad y elegancia, sin exaltarse, sin insultar, y lo que aún es más insólito, sin cometer faltas de ortografía. Incluso hay gente que difunde en Twitter sus aforismos en algunos casos buenísimos o que envía como una especie de regalo los mejores aforismos ajenos (los de Lichtenberg, los de Joubert, los de Lec). Da igual. Sigo sin fiarme de Twitter.

Me gustaría saber si se ha estudiado la influencia de Twitter en la conducta humana, y si hay alguna prueba empírica de que acrecienta la agresividad y saca a flote el resentimiento de quienes lo usan, del mismo modo que muchas horas de videojuegos excitan la irritabilidad y el humor violento (eso está más que probado). Ya sé que eso no le ocurre a todo el mundo, pero sí parece que hay un fenómeno Twitter que actúa como la luna llena con los hombres-lobo: al usarlo, uno se vuelve más bocazas, más pendenciero, más abusón. Quizá sea al revés, y son los pendencieros y abusones los que eligen Twitter porque es la forma más rápida de soltar su mala baba. Puede ser. Y no descarto el aburrimiento, que es una de las mayores causas de los desastres humanos. Mucha gente que usa Twitter no tiene nada que hacer en todo el día (por falta de trabajo, o por desidia, o por simple hastío vital), y eso hace que el malhumor y la frustración se conviertan en violencia verbal al rojo vivo.

Si no es así, no se entiende muy bien que haya gente que se pase la vida insultando y haciendo bromitas idiotas con gente que en muchos casos ya ha muerto y no puede defenderse. Asombra pensar en la cantidad de patologías mentales que se esconden tras estas bromas cargadas de mal gusto y de violencia que recorren Twitter. Pero aun así, la respuesta de la legislación española es excesiva y a la larga está dando la razón a los delirios sí, delirios de muchos de estos tuiteros que están convencidos de vivir en una dictadura peor que la franquista. Esta misma semana se ha sabido que dos tuiteros el cantante César Strawberry y un estudiante transgénero de Murcia han sido procesados por haberse burlado de la muerte de Carrero Blanco en unos tuits (Carrero Blanco murió en un atentado de ETA, hace ya muchos años, en 1973). César Strawberry incluso ha sido condenado a un año de prisión por el Tribunal Supremo. Que el Tribunal Supremo se dedique a juzgar tuits es como ver a Elvis de jurado en un concurso de triunfitos, pero está visto que vivimos en una época especialmente desquiciada (sobre todo porque es una época próspera y libre y pacífica si se la compara con todas las que hemos vivido antes). Por lo demás, usar la legislación antiterrorista para juzgar esos tuits es un disparate. Por fortuna, casi nadie sabe ya en España quién fue Carrero Blanco, y uno se pregunta qué extraña fijación retrospectiva hace que un estudiante de 21 años y un cantante de 50 y pico se dediquen a desenterrar su memoria. ¿No tienen ninguna otra cosa más en qué pensar?

Lo único bueno de esta historia es la carta que envió la nieta de Carrero Blanco a El País comentando las bromas en Twitter contra su abuelo. Me temo que esta carta no alcanzará ni una centésima parte de la popularidad que han tenido los tuits o la condena judicial, pero demuestra tanta inteligencia, cordura, compasión y amor por la libertad que merecería ser leída y comentada en todos los colegios y universidades de este país (algo que no se hará, estoy seguro). Vean lo que dice la nieta de Carrero Blanco: «Tratar de hacer humor con el asesinato de nadie me repugna. Me declaro firme contraria a la violencia, la ejerza quien la ejerza, me da igual que sea ETA o el GAL, Obama o El Che». Y vean cómo concluye su carta: «Me asusta una sociedad en la que la libertad de expresión, por lamentable que sea, pueda acarrear penas de cárce». Cuánta sabiduría hay en la carta de esta mujer. ¿Estará en Twitter? Me apuesto a que no.