Encuentro casual con Lorenzo Martín: café y animada conversación. Hablamos, entre otros muchos temas, del papa Francisco, de su deseo de renovación, de su propósito de sanear diáfanamente las finanzas vaticanas. Sobre todo hicimos un alto en el camino para expresar nuestra admiración por el amor (¡amor de verdad!) de este papa a los pobres. No hay una sola vez que hable y no insista en el sufrimiento de tanta gente, en el dolor de los pobres, en la vergüenza de los campos de refugiados, en el deber de los cristianos de no estar con los brazos cruzados frente a estas realidades tan injustas.

Otro tema fue la corrupción. Ahí Lorenzo y un servidor no estuvimos de acuerdo. A mí me quedaron muchas cosas por decir. Por ejemplo la creación de una 'cultura de la honestidad', esa de la que habla un viejo cuento que le escuché algunas veces a mi tía Pura, mujer de pueblo, pero con una profunda sabiduría.

Un príncipe del viejo imperio chino iba a ser coronado emperador, pero según la tradición tenía que casarse antes de subir al trono. Invitó a las jóvenes del reino a una fiesta para darles a conocer las condiciones que debería reunir su futura esposa.

La nieta de una sirvienta del príncipe le dijo a su abuela que ella también asistiría a la fiesta. La abuela la desanimó porque era pobre y no tenía ninguna opción para ser elegida como esposa del príncipe. «Sí, ya lo sé, querida abuela, pero es mi única oportunidad de estar unos momentos junto al príncipe y eso me hará feliz».

La joven llegó al palacio donde estaban las mujeres más bellas del reino, ataviadas con elegantes vestidos. En medio de la fiesta, el príncipe entregó a cada joven una semilla, y les dijo: «Aquella mujer que dentro de seis meses consiga la flor más bella, será mi esposa».

La abuela observaba cómo pasaban los días y la semilla de su nieta no germinaba, a pesar de los cuidados que le dispensaba. Pasaron los seis meses y la semilla seguía sin florecer. La abuela aconsejó a su nieta que no fuera al palacio para evitarse la vergüenza de no haber conseguido que la semilla floreciera, pero estaba tan enamorada del príncipe que no le hizo caso a su abuela.

El día señalado, acudieron al palacio del príncipe las jóvenes, llevando sus flores, todas bellísimas. Ella se presentó con su cuenco vacío, solo para poder ver al príncipe unos minutos, porque ya no tendría otra oportunidad.

El príncipe observó las flores, una a una, y finalmente anunció el resultado. Ante la sorpresa general, la elegida fue la joven del cuenco vacío. Las otras jóvenes pidieron una explicación al príncipe. «Esta joven -les dijo- es la única que cultivó la flor de la honestidad que la ha hecho digna de ser emperatriz. Les entregué semillas estériles, es decir, que no podían reproducir flores, y habéis acudido con hermosísimas flores. Pero cada flor es una mentira. Tratar de engañar es una falta total de honestidad. Esta joven con su tarro vacío ha dicho la verdad. Ha dado la prueba de merecer ser princesa por su total honestidad».

Cultura de la honestidad. Algo que debiera exigirse a todos, a cualquier ciudadano, pero especialmente a los dirigentes: políticos, religiosos, científicos, etc., etc. Con una actitud de firme honestidad el mundo sería más justo y más humano.