El ser humano y en concreto los murcianos, nos hemos debilitado con el transcurso de los años. No seré yo el que diga que no contamos con las generaciones más preparadas de nuestra historia, aunque una inmensa mayoría esté buscando su primer trabajo rondando las cuarenta primaveras sin perspectiva de encontrarlo. Pero sí se observa, pese la práctica del deporte, cierto debilitamiento ante la adversidad y los elementos dada la confortabilidad de los días de bienestar que teóricamente corren.

Permítanme, que recuerde, no sin cierta nostalgia, la fortaleza a ultranza y algunas sanas costumbres de nuestros paisanos para protegerse ante la agresión de los elementos naturales, tales como el frío, la lluvia, el granizo o la nieve.

Pudimos ver el pasado miércoles a numerosos jóvenes descender de sus 4x4 embutidos en cálidos plumíferos buscando la estampa blanca en el monte nevado. Qué contraste con nuestros ancestros cuando con un simple periódico estratégicamente colocado entre pecho y camisa, se aislaban del frío y de la chaqueta de gruesa franela empapada. A golpe de pedal, los esforzados padres de entonces trasladaban a cónyuge con paragüas y prole en la ambicionada bicicleta.

Los zapatos de gélida suela de material encontraban algo de templanza con una simple plantilla de cartón.

Las manos, tendentes siempre a congelarse, buscaban el agradable calor en los bolsillos junto a los genitales o se aferraban a un cartucho de castañas bien calentitas. Nada mejor para soportar una tarde desapacible como un buen programa doble en el cine. Allí, el calor humano surtía efecto, aunque los efluvios a lana mojada y pies se dejaran sentir sin pudor. Nada como el cine y la novia para mitigar el frío e incluso llegar a sofocarse.

Hace frío, enero siempre es frío y húmedo por estos lugares, mucho más frío lo es cuando hay que subir a la Vespa o a la Guzzi tan solo abrigados por el traje de los domingos con la dichosa corbata. En las iglesias, a la misa de la tarde, la gente de antaño, aterida, se acurruca en el banco bien pegaditos unos con otros, dándose fuertes golpes de pecho para entrar en calor, se frotan las manos o tratan de calentarlas sobre las velas devotas de Santa Rita de Cassia.

Un buen café con leche en el cálido ambiente del Café Santos, ambiente denso merced a los vapores de las cafeteras, a los aromas de labores de tabaco y a los perfumes almibarados de Myrurgia y Varón Dandy. El chocolate con churros en La Aduana; la tapa de la casa en el Círculo Mercantil; las goteras en el Casino, sin olvidar el alterne dominguero en los snaks de moda: Dunia en Calderón de la Barca y Baviera en Martínez Tornel, en los bajos del cosmopolita hotel Victoria; combinados al gusto de la época, de colagines, brandys nacionales y menta para ellas; sin olvidar a los amigos del morapio anclados en las excelencias del vino de Rioja. Ambiente distinguido y urbanita pese al frío, más en las formas que en el fondo, entre bizarros cadetes uniformados de azul y señoritas casaderas aderezadas con collarcitos de perlas que destacan sobre los colores pastel del conjunto de cachemire, los puntiagudos pechos y el abrigo de paño. Faldas estrechas, medias con costura, moños altos a la última conseguidos al aire caliente de los secadores de la peluquería de Peligros en la recién abierta Gran Vía de José Antonio.

Se hace tarde, la sopa de letras de la cena aguarda hirviente al son de Radio Nacional, lo mismo que la bolsa de agua caliente entre las heladas y maternales sábanas.

El brasero de cisco y picón, encendido por la mañana, se consume bajo la camilla. Siempre quedará un instante para mirar los juveniles banderines que cuelgan en la pared: Formigal, Candanchú, La Molina, para soñar con paisajes nevados, aunque fuera por un solo día de enero en una Murcia de hace mucho tiempo.