Quién nos iba a decir a nosotros que en pleno siglo XXI el mainstream mediático estaría abogando por el sufragio censitario. Cómo íbamos a saber los españoles, en esta época de consultas a la militancia para rescatar a secretarios generales o de círculos podemitas por cada grupo social establecido, que en realidad los ciudadanos no saben lo que quieren y sólo los Gobiernos están capacitados para tomar decisiones que el resto no entiende.

Y es que, en contra de todo pronóstico, llevamos dos sobresaltos mayúsculos al respecto. Primero, el Brexit. Seguro que todos recordamos aquella mañana primaveral en la que despertamos con la ruptura sentimental de los ingleses con nosotros, la Unión Europea. Las noticias al día siguiente, además de lamentaciones a diestra y siniestra, repetían una y otra vez que lo más buscado en Google en el Reino Unido al día siguiente de la ya nombrada catástrofe política del siglo era what is the EU?. A continuación, los gráficos de los principales periódicos mostrando cómo en las encuestas habían sido los mayores y los habitantes de las zonas más rurales los que habían votado a favor del leave frente a los empoderados e inteligentes jóvenes o los ciudadanos de la todopoderosa City londinense que, por supuesto, se habían mantenido en el remain.

En segundo lugar, el ´no´ a la paz en Colombia. Meses de reuniones con camisas blancas, terroristas en territorio amigo enarbolándose como guardianes de la paz y medio mundo como observador para un proceso que, al final, se vio truncado por la voluntad del pueblo colombiano. A la mañana siguiente, otra vez gráficos diciendo que los que habían votado ´no´ habían sido los mayores y aquellos que no residían en las zonas de conflicto, lo que se tradujo en un análisis que rezaba de manera sucinta que los viejos son egoístas y vengativos y los que no sufren diariamente a la guerrilla no son conscientes del dolor de los demás.

Ante estas situaciones, a todos nos quedan dos alternativas. Una, aceptar la no tan nueva corriente de discurso que dice que los ciudadanos ´votan mal´, que no se informan, que no saben y que tenemos los países / ciudades / provincias / círculos que nos merecemos. La otra, reflexionar sobre por qué aquello que a todos nos parece tan evidente para la mayoría de ciudadanos no lo es tanto.

Sobre esta segunda cuestión radica la madre de todas las batallas de la política. Durante muchos años los partidos, a través de los militantes y los cargos electos, han repetido una y otra vez eslóganes basados en sus creencias propias, con independencia de si el razonamiento que lo acompañaba era válido o no para el receptor ante el que lo presentaban.

Así, en el caso del Brexit los partidarios de continuar su relación con la UE repetían que los ingleses debían seguir siendo el motor de Europa y participar en esa comunidad tan próspera y unida social y económicamente. Los partidarios de la ruptura, sin embargo, defendían con eslóganes que rozaban el racismo más crudo que servidora jamás haya visto que la Gran Bretaña no debía ser el lugar de acogida de toda la Unión mientras la crisis económica cada vez empeoraba más la situación de los británicos de pura cepa.

Si hiciéramos un análisis de datos estrictamente objetivo comprobaríamos cómo, efectivamente, la competitividad política y económica del Reino Unido es muy superior en el entorno comunitario que fuera de él, o cómo en realidad al Estado español le cuesta más de cinco veces mantener a los ingleses que vienen a operarse a nuestras fronteras que viceversa. Si esa comprobación es tan chocante y certera, ¿por qué entonces ganó el Brexit?

La respuesta a esa pregunta, al igual que lo sucedido en Colombia, tiene una explicación mucho más sencilla de lo que aparenta: los incentivos del sentido de voto de los ciudadanos y los partidos políticos difieren. La principal preocupación de los ingleses durante el Brexit, según todas las encuestas de opinión, era precisamente el aumento de la inmigración, la pérdida de relevancia internacional de Gran Bretaña como actor político o la falta de empleo en el seno de las islas.

Los partidarios de mantenerse en la Unión Europea centraron su campaña en eslóganes universales como la solidaridad o la competitividad macroeconómica cuando el ganadero de Liverpool, que resulta ser el votante mediano, lo que quería era que el polaco que le ha quitado el trabajo a su hijo vuelva a su país. Si la campaña del remain se hubiera centrado, por ejemplo, en cómo un porcentaje altísimo de ingleses subsisten gracias a las ayudas europeas a la industrialización, en cómo es mucho más barato vender chocolates Canterbury a Francia estando dentro de la UE que fuera o en cómo Reino Unido es el epicentro de Europa gracias a pertenecer a la Unión entonces, tal vez, las cosas hubieran sido distintas. Porque por supuesto que es cierto que los valores universales debieran ser más importantes que los egoístamente particulares, pero si la idiosincrasia de tus votantes se basa en culpar al extranjero, centrarte en decir que debemos ser más solidarios no parece el argumento definitivo para convencerle.

Llevo oyendo desde el Brexit que la democracia llora con sus resultados, igual que con los de Colombia o con la nominación de Donald Trump. Maldecir a un sistema por no producir la consecuencia deseada no deslegitima al resultado, sino al propio sistema y a los impulsores del mismo. Si en esta época de consulta a las bases y círculos, como decía al comienzo del artículo, los propios propulsores critican cada resultado ajeno a sus deseos es que entonces aquellos que dicen defender la democracia, en realidad, se escudan en ella para imponer sus totalitarismos. Y si encima aquellos a los que caracterizan como idiotas (los del sí al Brexit, no a los acuerdos de paz y sí a Donald Trump) son capaces de conectar con la población mejor que ellos€ ¿en qué posición le deja a uno ser menos capaz que un idiota?