Pedro Sánchez dimite y dice adiós al sueño de la Moncloa, después de dos años y tres meses. De poco le ha servido su carácter en principio arrollador y competitivo para evitar el fracaso una vez tras otra en las últimas citas con las urnas. Quizás los reveses políticos que ha recibido a lo largo de este tiempo no se deban como algunos se empeñan en demostrar a un boicot de todos contra Sánchez, el pobre mártir revolucionario de izquierdas al que no han dejado gobernar.

Desde mi humilde opinión, la respuesta a sus fracasos se encuentra más bien en los obstáculos que él mismo, con o sin ayuda, se ha puesto en el camino tales como la frivolidad, falta de responsabilidad, maniobras imposibles y una intransigencia de libro rayana en la insania política que ha perjudicado gravemente al PSOE, partido que ha logrado hitos históricos como gobernar en todas las Comunidades autónomas desalojando del poder a partidos sumamente arraigados en sus respectivos territorios.

Sánchez ha sido uno de los grandes 'patinazos' de uno de los partidos más importantes de España, que presume en su haber con una larga historia en el Parlamento español desde su fundación clandestina allá por mayo de 1879. Un derrape brusco e imprevisto para los que vieron en él a un tipo normal y corriente que pretendía ser presidente para acabar con los corruptos y de paso si lo dejaban crear la nueva Casa Blanca Española, una suerte de Moncloa más abierta y cercana que lo encumbraría a la fama como si se tratara de una verdadera estrella de Hollywood.

Pero a los jóvenes asesores encargados de elaborar su estrategia de campaña se les olvidó que España no es Francia ni Estados Unidos, y que para dirigir un país, tarea nada fácil, hace falta mucho más que ser guapo, joven, familiar y televisivo. Para gobernar un país con acierto, haciendo de él un lugar seguro y legítimo, se requiere una naturaleza delicadísima que produzca resultados tangibles en materia económica, social, cultural y política, más allá de un show que pretenda convertir al político y a su familia en un grupo de artistas.

Si se molestaran en preguntarnos a los ciudadanos, que somos, por cierto, los clientes de los mandatarios políticos y como tal se deben a nosotros, qué esperamos de ellos, yo les diría que no exijo en ningún caso ausencia de errores, pero que sí espero, teniendo en cuenta lo que suponen a mi bolsillo, una serie de cualidades básicas e imprescindibles como inteligencia y buena disposición a los cambios, integridad y ética, visión y reconocimiento de sus propias debilidades, y un poco de entusiasmo y optimismo para asumir los problemas como retos y como dificultades.

Lamentable sería que muchos de ustedes pensaran que pido demasiado, porque como poco solicito ni más ni menos lo que es justo en un sistema libre y democrático donde el poder descansa en la ciudadanía y los políticos en su vocación de servicio público se deben en todo momento a los ciudadanos.

La trayectoria de Sánchez al frente de los socialistas es una especie de efecto dominó, donde las consecutivas derrotas y el declive del partido no son fruto, como escribía al principio, de un boicoteo o un mal karma, sino de una actitud infantil y caprichosa, en la que han brillado por su ausencia la actitud, el carisma, las altas miras y la responsabilidad que se esperan del que aspira a ser jefe del Gobierno español, dirigiendo y coordinando con seriedad las acciones del Ejecutivo sin pretensiones fantasiosas e irrealistas en las que un voto dependa de algo tan frívolo como un escenario, una corbata y un vestido de color rojo.