Estaba claro que alguien nos había puesto aquí al uno para el otro. Alguien que equivocó fechas, lugares, personas y situaciones. Alguien que lo hizo todo mal, que todo lo complicó, pero aún así resultamos inevitables.

Y nosotros hicimos lo que suele hacer la gente, enamorarnos de otros, desempeñar distintos trabajos, ilusionarnos, sufrir, morir tres o cuatro veces, revivir, estar a punto de encontrarnos, alejarnos, esquivarnos, buscarnos y así.

Podría decirse incluso que éramos felices, de felicidad descuidada, tal vez, pero no completos. Siempre había algo, esa otra cosa a la que no le pones nombre, el deseo de algo más, de alguien más quizá, yo qué sé. Pronto descubriríamos que ese algo tenía nombre y que, además, era imposible.

Nos conocimos como se conoce la gente ahora, como se conoce la gente que se siente sola acompañada, la gente a la que no le basta una vida, la gente que cierra los ojos y mira a otros a través de una pantalla.

En una red tan grande, tú y yo éramos simples s@s anónimas entre miles de s@s. El caso es que, no sabemos si a causa del azar, la afinidad, o de que efectivamente, formábamos parte de un disparatado plan, acabamos por encontrarnos.

Yo llegaba tarde a tu vida. Tú, demasiado pronto a la mía. O tal vez fuera al revés. De modo que sucedió lo que tenía que suceder. Hablamos. Hablamos mucho. Hablamos en público. Hablamos en privado y tú cometiste la estupidez de mostrar tu lado tierno e ingenioso, esa tímida picardía, esa travesura inocente y expectante que hacía que yo fuese un paso por delante. Y así no, por favor, así no que me enamoro.

Las charlas se vestían de risa y melancolía, de deseos imposibles, de ilusión y de frenazos.

„¿Amigos?

„Amigos.

„¿Prohibido enamorarse?

„Prohibidísimo.

Y nos despedíamos siempre con mi:

„¡No te enamores, coño!

Al que tú respondías:

„¡No te enamores tú, cojones!

Y nos moríamos de la risa, tratando de dar la espalda a esa estúpida esperanza que se asomaba y que nos invitaba a hacer todo lo contrario.

Por estas cosas de la vida, empezamos a hablar de lo inadecuado, inapropiado e improcedente que resultaría un encuentro.

„Te advierto que no nos veremos nunca, tengo mi vida. Tengo mil cosas que no pienso cambiar. Soy muy feliz en mi desgracia, no te equivoques.

„Y yo te advierto que no me apetece para nada verte..

„¿Qué tal la semana que viene?

„La semana que viene me parece perfecta. Pero recuerda: sin mariconadas

Y nos vimos. Nos vimos y, claro, ocurrió todo lo que no debía pasar. Sucedió que nos encantamos. Y tú, tú me ponías tan tierna y tan tal que aquello no había quién lo aguantara. Y yo, yo no sé muy bien qué sentirías pero parecía que te alegrabas bastante de verme. Si cuando llegué estabas guapo, más guapo estabas cuando me fui.

Nos despedimos como siempre, prometiéndonos que sólo amigos y prohibiéndonos cualquier cosa parecida al amor. Y, sin embargo, yo qué ganas más tontas de besarte, qué ganas más tontas de verte sonreír, de que sonrías, de que sonrías siempre. Qué ganas más tontas de abrazarte, de acariciarte, de hundir mi nariz en tu cuello, de memorizar ese olor único, irrepetible, de quedarme con el tacto de tu pelo, de tus manos, de tu cuerpo, de meter mis dedos en tus hoyuelos.

Pero como soy una mujer de palabra y tú eres todo un caballero, de aquel encuentro jamás se supo, no quedó registro de tal evento. Así que te guardo en el cajón de las cosas que no me caben en el pecho, en el rinconcito destinado a esas cosas preciosas que morirían de realidad y seguiremos despidiéndonos cada vez, todas las veces con la difícil promesa de no querernos.