Esta mañana he oído cómo una mujer hablaba de que se debería cambiar el nombre de la Primera Comunión por el de la Última Comunión, y creo que no le falta razón. Si se pudiera saber las veces que los niños que reciben el Cuerpo de Cristo por primera vez acuden a lo largo de su vida a recibir la Comunión, todos sabemos que podrían contarse con los dedos de una mano. De hecho, hay niños que celebran su Primera Comunión y no vuelven a pisar una Iglesia en su vida. En que practiquen o no una religión que eligieron sus padres, o incluso ellos, no me voy a meter. Pero sí que es para sorprenderse un poco -por no decir mucho- cuando te cuentan que hay familias que encargan photocall, karaokes, barra libre o maquillan a las niñas para las comuniones. No soy madre y puedo llegar a entender que muchos padres deseen lo mismo o lo mejor para sus hijos, si se comparan con los amiguitos. Pero, no sé, ¿de verdad es necesario que un niño de nueve años tenga una fiesta parecida a una boda? Que está muy bien eso de celebrar y organizar fiestas, pero que no se confunda con tomar la Primera Comunión, ¿no?