Sí, ya sé que estamos de plena precampaña, del 26J. Y no, no ignoro cuáles son los ejes fundamentales sobre los que se va a desarrollar. Crisis / 'Recuperación', Regeneración / Corrupción, Democracia / Tecnocracia, Empoderamiento / Tutela y Relevo / Autoridad son algunos de ellos. También tendremos no tardarán mensajes desde Bruselas pensados para 'orientarnos' a la hora de votar. Habrá cartas marcadas y otras trampas, más conforme crezca el miedo a una victoria de la corriente de cambio. Vamos a ver de todo (ya lo estamos viendo), y es urgente poner los brazos, para quienes trabajamos por esa victoria, desde ya.

Y los pienso poner, desde luego. Tengo cuarenta años y nunca había vivido una oportunidad tan clara de vuelco, de poner a las instituciones al servicio de un programa de cambio como el de Unidos Podemos («Cambiar España: 50 pasos para gobernar juntos»). Antes monja que quedarme en casa esta primavera. Pero me vais a permitir que no hable hoy de ninguno de estos ejes, ninguno de estos pasos. Podría (tal vez debería) dedicar este espacio a defender ese proyecto de país. Voy en cambio a volver a casa. Al Polígono de la Paz, Murcia. Donde crecí.

A nadie se le escapa que es éste el barrio más degradado y empobrecido del casco urbano de la capital, el del supermercado de la droga, el de las edificaciones indignas y nulo mantenimiento, el del abandono, el de la marginalidad. Su espacio y sus habitantes se convirtieron, durante los años de la burbuja, en materiales de construcción de un castillo de naipes con arquitecto estrella incluido que dio en tumbar la crisis. Quedan en el barrio dos cosas, del proyecto: una inmensa y carísima escultura de Ibarrola (que ocupa casi toda la plaza junto al Centro Social de Mayores y que fue presentada por Cámara como 'la primera piedra' del nuevo Polígono), y un hueco. El de la escuela infantil, claro. Mientras los responsables de semejante indignidad ya tomaban el camino de las rositas, ese hueco se interpuso ante sus pasos. Al fondo esperaban, gracias al compromiso y la lucha de la Asociación Nuevo Barrio, la imputación y la vergüenza. Ni una ni otra dejan de crecer, por cierto. Creíamos que las declaraciones del exconcejal de Urbanismo, el multiimputado Fernando Berberena, acerca del derribo de la guardería constituían una plusmarca imbatible de clasismo y desprecio (que era buena idea tirarla porque en la zona hay drogadicción, dijo). La última en sumarse a la lista de imputaciones, la concejal Pelegrín (que lo era, alucinemos, de Bienestar Social) ha rozado estos días el récord: para justificarse por dar el visto bueno al derribo, opina que «la guardería se habría hecho si no hubiera llegado la crisis económica». Aunque tal vez el récord de la vergüenza lo ostenten quienes callan. Como calla la actual consejera de Agricultura, Agua y Medioambiente, Adela Martínez-Cachá, a quien su estatus de aforada protege de la imputación.

Y tal vez estas líneas no aborden sólo un problema local. Tal vez este paisaje de burbujas, de arquitectos y escultores de renombre, de miseria económica y moral, de demolición de los servicios públicos, de corruptos y aforados no pertenezca únicamente al Polígono de la Paz. Tal vez pueda extrapolarse. Tal vez el solar, comido de maleza, de la antigua escuela infantil sirva como símbolo. De todo lo que nos ha sido arrebatado, a cambio de un castillo de naipes. Y quién cobra y a qué precio, por esos naipes. Y quién (ah, ésta es buena) los baraja. Quién los baraja, vecinas.