El jueves me fui con mi amigo Pedro, el cantaor, a oír flamenco: Julián Páez en la Academia de Bellas Artes. Se anunciaba como un homenaje a Enrique Morente, que fue amigo y maestro del murciano, de Julián o el Juli, como ustedes gusten.

Me gustó tanto el recital que recordé a Morente con otro amigo mío también, Paco Rabal, que ya nos dieron un maravilloso recital cuando, juntos, estuvieron en el Romea hace años con la poesía recitada y cantada de García Lorca. Aquella noche hablamos de las adaptaciones poéticas al flamenco o la intertextualidad música-poesía, como quieran, que con tanto gusto realizaba Enrique.

Morente ha sido uno de los cantaores que mejor ha interpretado a Lorca y a Miguel Hernández (aquí habría que unirlo también a mi amigo Manuel Gerena). Para Morente, Alberti era otra gloria nacional, como lo son los poetas del Siglo de Oro, porque la poesía, en general, ha sido para el cantaor de Granada el semillero de su obra en el laboratorio del alma flamenca. Y eso es lo que hace Julián Páez, mostrarnos al Morente en todo su esplendor de cantaor de la mejor poesía, sin olvidar la tradición, aquellas letras que se sumaron al hervidero apasionado de la música del genial intérprete.

Me pasó algo extraño aquella tarde del jueves pasado. Cuando terminó de cantar Julián, lo saludé y felicité y, saliendo de la hermosa casa de Díaz Casoou, pensaba en mis amigos. Me pasa siempre: cuando paso un buen rato me acuerdo de mis amigos, los que viven y los que se fueron. Esos recuerdos de pasarlo bien, los comparto así, como si de una reunión invisible pero deseada se tratara, una nostalgia. Y me acuerdo de Paco Rabal (que se fue para siempre en Burdeos con ganas de que los hermanos Piñana, Curro y Carlitos, fueran un día a su casa a cantarle, cuestión esta que ya estaba preparada y aceptada por las partes, por supuesto); como me acuerdo de Paco Vidal, con quien tanto quería, como un hermano que te encuentras en la vida y para siempre, con el que tanto hemos disfrutado en la Andalucía del cante; y de Manolo Morilla (¡qué gran escudero era también!), aquel Manolo de cuando amanecía el sol en su rostro; y de Pedro Antonio Mira en aquellos ratos de la Murcia flamenca.

Y me acuerdo de los amigos que viven y que les gusta el flamenco porque, en el caso de la otra tarde, en la Academia de Bellas Artes, lo pasé bien, fue alentador el que acudiera gente joven, y esto es muy importante, mucho. Aquí contaré algo aparentemente inaudito que cada día me sorprende y me agrada más. Se trata de la popularidad de un grande, Capullo de Jerez. La última vez que fui a verlo, en Lo Ferro, observé que había muchísima gente joven, y me gustó. Me gustó que todos ellos se sabían las letras del cantaor, sus estribillos, y que le acompañaban con respeto en el tono y las palmas adecuadas, mientras que aquel gigantesco y elegante actor, con su cabeza blanca y sus grandes y largas manos, ponía en escena todo su alimento dramático y creativo. Y me gustó también el otro día cuando Julián (certeramente acompañado a la guitarra por Pepe Ferrándiz) dijo aquello de ´Pablo de Málaga´, a Picasso; es un ejemplo en una actuación donde lo popular y lo culto que fusionaron en un cante jondo riguroso, tan excelente que tuvo su origen en aquel Enrique que supo hacer de lo intertextual sabia armonía.

Lástima que no pude quedar con algunos amigos para contarles cómo se llenaba mi alma de palabras sobre lo que quiso pintar el cantaor del pintor: «El arte de la pintura / revuelto con nuestro cante / cintura de la guitarra / el baile de los pinceles (...) prefiero escribir las palabras solas / solas palabras / que han de cantar tu nombre». Como un homenaje a todos los pintores amigos de Morente, agigantados ahora en Picasso, tal y como lo hizo Alberti en Los ojos de Picasso, y ahora Julián Páez con Morente. Emociones, poesía y música entre amigos, en tantos recuerdos inolvidables.

La vida...