La celebración del Día de la Madre ha colapsado, una vez más, tiendas de regalos, redes sociales y restaurantes. Grandes y pequeños se esfuerzan por regalar lo más entrañable. Imaginación al querer. Y las madres, como siempre, encantadas y pendientes de sus hijos, gratamente sorprendidas por el esmero con que cada uno ha preparado su regalo. Sin querer remediarlo, también nosotras recordamos algunos de los que le hicimos a la nuestra, sobre todo en la época escolar, y su sonrisa agradecida aunque fuese alguna que otra birria inservible. Y es que las madres nos embobamos con todo lo referente a los hijos y disfrutamos de sus ocurrencias.

Cuando eran pequeños «A la mejor» rotuló uno de mis hijos con piedrecitas de color azul sobre un trocito de madera. Otro me regaló una estatuilla de plástico de un Oscar, con el siguiente letrero: «Oscar a tus méritos». La vida va pasando, al tiempo que nos regala vivencias y recuerdos para siempre.

Reconozco que, como tantas madres, este fin de semana he gozado de hijos, desde el que vive 'cruzando el charco' hasta el que tenía que trabajar porque tenía guardia. Cada uno, según sus posibilidades, a su manera, se ha esmerado en querer. Hemos comido juntos, teniendo esos raticos de confianza serena que tanto se disfrutan. También la ayuda entre unos y otros ha paliado la necesidad de compañía y ayuda.

Mayo es mes de flores y amores, de Cruces y Romerías. La primavera se ha desperezado del invierno y no hace más que abrir sus ventanas al sol de todos los veranos. La vida germina por doquier. La muerte sigue acechando en guerras interminables que acumulan refugiados sin refugio digno. Atentados terroristas sesgan vidas humanas con una crueldad incomprensible. La Naturaleza no deja de sorprendernos con terremotos devastadores.

Pienso en una joven madre ecuatoriana cuya familia ha perdido todo, que ha hecho un complicado viaje de más de dieciocho horas para poder abrazar a sus hijos. Nuestros hijos. Qué no haría una madre, como Dios manda, por sus hijos. Ya sé, repito sin parar la misma palabra. Los hijos, ¡cómo se quieren! Y cómo padre y madre queremos lo mejor para ellos, sin escatimar esfuerzos y exigiéndoles también que pongan todo de su parte.

Los hijos otra vez no son para los padres, pero las madres jamás nos convenceremos. Y siempre, siempre estaremos aún en la distancia pendientes de ellos, tanto que hasta puede ocurrir que se nos olvide escribir el artículo pendiente y tengamos que trasnochar para hacer los deberes.

Eso sí, sin dejar de pensar en los hijos.