Hoy pueden regalar X de Risto Mejide o regalar El amor en los tiempos del cólera de García Márquez. Pueden regalar La sombra del viento de Ruiz Zafón o regalar Mauricio y las elecciones primarias de Eduardo Mendoza. Da igual que regalen el Ulises de Joyce (aunque mejor no lo regalen, porque no se puede leer) o regalen La Regenta de Clarín (mejor regalen La Regenta, que es muy bueno). Ayer en la puerta del (valga la redundancia) Puertas de Castilla también regalaban libros. Dos por persona máximo, para que nadie abusase. Se han venido a casa Y Dios en la última playa, de Cristóbal Zaragoza, y El misterio Frontenac, de François Mauriac. Son libros añejos, poderosos y chiquitillos. Regalen libros como ellos. Si no pueden regalar hoy, regalen mañana. Y si no pueden regalar, por la circunstancia que sea, porque es fin de mes, porque les pilla cerrado el establecimiento donde iban a adquirir ese regalo, no pasa nada: hablen de su intención de regalar. Que también cuenta y también hace ilusión. Porque «un detalle es algo muy-muy grande que aparentemente es muy-muy pequeño». Como dijo aquel.