Hace unos días enterramos a Rosendo. Por un comentario de Facebook me enteré de la noticia de su muerte, sólo media hora antes de que comenzara su funeral. Corrí hasta la Plaza de la Iglesia para decirle, desde allí y por última vez, adiós. Al abrirse las puertas de la iglesia ante su ataúd, me emocionó escuchar el sonido de las guitarras eléctricas y la batería que su grupo de música hizo sonar desde el coro. A menudo, Rosendo solía pasar por la mercería para echar un rato de charla literaria, para intercambiar lecturas, para hablar de la obra de Pérez-Reverte, de la que los dos éramos devotos€ Cuando don Arturo -así nos referíamos los dos al hablar del maestro- saque nuevo libro, lo voy a echar de menos.