El pintor Severo Almansa ha expuesto en la Sala Alta del Casino de Murcia una colección de retratos, sublimando la técnica. Al artista, al grafista, al maestro de la composición, no se le puede llamar 'retratista' porque su actitud no obedece a aquel género maldito en muchas consideraciones. Los retratos de Severo Almansa son de una especial elegancia en la línea que es su formidable prosa con la que escribe la poesía de lo desvaído y huidizo. La difícil notoriedad de lo mínimo dibujado, las sugerencias dichas y abandonadas a la suerte de nuestro saber mirar, está en esta obra que en apariencia podría parecer simplificada. Nada más incierto. Estos retratos contienen una armonía y equilibrio con la naturaleza del modelo que los hace irreales en su ausencia de vehemencia, en un artista que es pura voluptuosidad de temperamento -lo conozco bien-. Es un concepto de retrato que cultiva una línea expresiva de levedad, de aroma y fragancia; solo al alcance de aquellos que reservan la timidez, como él mismo, para los trances universales de la inspiración artística; momento en el que el artista se queda solo y sordo a todas las voces que nos quieren provocar la abundancia. La obra es sincera, calculada, limpia, pura de fealdades a las que la pintura nos tiene acostumbrados.

Severo ha relativizado las sombras y el color es el blanco traspasado, su ausencia en el ideario de la mágica consistencia del dibujo. Algo que, en su apariencia simple, delata una dificultad extrema. Quizá no sea fácil verlo porque estamos acostumbrados a las irisaciones del agua y su descomposición en la tinta; aquí todo es verdadero, nada le llega al pintor a través del azar y el misterio. Su concepto es otro, al borde de la magia, al borde de lo insensato, al borde del amor, al borde de lo superfluo inservible. A buen seguro el parecido con los modelos serán valores exquisitos de finura que las obras destilarán ante su creador, ante la satisfacción del acierto. Estoy totalmente convencido de ello.

El pintor Severo Almansa nos ofrece un elegante espacio que ha realizado con el ejercicio de la maestría de quien domina la distancia, la microdistancia entre dos puntas de alfiler que se convierten en ojos vibrantes. Se miran estas figuras anónimas o con nombre propio y se adivinan los apellidos del artista ilustre que las ha rescatado para siempre de los olvidos blancos de papel sin mácula. Un acento transitable nos propone el artista, y nosotros, los espectadores, con él, le acompañamos en su lírica belleza.