Que Pedro Sánchez no haya conseguido el objetivo que se le supone a una sesión de investidura, salir de ella siendo presidente del Ejecutivo, no ha sido un fracaso. Sólo se puede considerar fracaso lo que cuenta con alguna probabilidad de éxito y el intento de Pedro Sánchez no tenía ninguna. Se puede pensar, en consecuencia, que en este caso, el objetivo no era la investidura, pues existía la certeza de que no saldría adelante, sino otros. Uno de ellos, loable, sería sacarnos del atasco y poner en marcha el mecanismo que nos llevará, bien a tener un Gobierno, bien a nuevas elecciones. Otro objetivo, que puede no ser tan loable aunque sí resulte comprensible, sería el de reafirmar su liderazgo dentro de su partido.

Las sesiones de investidura han servido también para convencernos aún más de las enormes dificultades que existen para formar Gobierno y también han servido para volver a contemplar cómo los representantes de todos los partidos se sacuden su responsabilidad y culpan a los otros. Es lo habitual.

En el PP siguen proclamando que han ganado las elecciones y que, por tanto, les toca gobernar, como si el hecho de haber obtenido una mayoría insuficiente fuera un dato insignificante comparado con el derecho que, según ellos, les asiste por ese resultado. Con esa actitud demuestran, una vez más, su ignorancia respecto al funcionamiento de un sistema parlamentario o su desprecio por el mismo. Eso sin tener en cuenta que la corrupción ha convertido al PP en un partido que debería estar ya inhabilitado para participar en la vida política.

Conocemos de sobra la propuesta del PP de la gran coalición que deberá salvar a España del caos en el que se hundirá con cualquier otra fórmula de gobierno. Esta propuesta cuenta con algo más que el apoyo de los socios europeos y del empresariado y si no sale adelante el culpable es, para el PP, Pedro Sánchez y ahora, a partir del pacto entre ambos, también Albert Rivera.

Para el PSOE, el culpable del desgobierno es el PP y, más en concreto, Mariano Rajoy, por su incapacidad para sumar apoyos y por su declinación para intentar la investidura. A esta atribución de culpabilidad se ha sumado, por supuesto, Ciudadanos. Pero el PSOE tiene otro culpable, yo diría que favorito, que es Podemos. En la premisa de que es posible gobernar desde el mestizaje ideológico, el PSOE considera culpable a Podemos de que no haya Gobierno porque no se suma al pacto de derechas; culpable por venirse arriba y proponer un Gobierno de coalición de izquierdas en lugar de firmar un cheque en blanco; culpable porque, buscando el sorpasso, bloquea cualquier negociación y fuerza a nuevas elecciones.

Podemos, por su parte, encuentra al culpable, más que en Pedro Sánchez, en el potente sector más derechizado del PSOE y afirma que si no fuera por esas presiones ya habría un Gobierno de izquierdas. Sin embargo, el PSOE lleva razón cuando afirma que la suma de fuerzas de izquierdas no es suficiente para formar un Gobierno estable. No voy a entrar en la cuestión de si el PSOE formaría Gobierno con fuerzas de izquierdas en el caso de que sumaran porque sería mera especulación.

La realidad es que ese Gobierno que propone Podemos solo sería posible contando, por activa o por pasiva, con el voto de fuerzas independentistas. Y ese es el problema.