Así se conocía en Puerto Lumbreras a Francisco Vidal Pérez, del que hoy nos duele su ausencia definitiva. Paco, el del bar de Pedro, su padre, El Americano llamaban al establecimiento más céntrico del pueblo; a reventar los días de mercado con el trato, el juego y el uso del teléfono para los negocios; el 6 en la guía telefónica de la época, con Caridad la del teléfono al otro lado del hilo, en la centralita.. Se llamaba así el bar porque de familia le venían unos años de emigración a Venezuela y la Argentina. Su tío Paco, que también lo era mío político, vio la llegada del Plus Ultra a Buenos Aires. Se consumía, por los parroquianos, una especialidad que tomaba el nombre del bar: «Un americano, por favor», le pedíamos a Marcos, el camarero y después a Ricardo, su hijo, que le heredó en el oficio. Mesas de cartas y dominó, recuerdos del Marsalada o don Juan Olivares.

Yo esperaba en aquel lugar mítico de mi infancia la salida a mediodía de la bandeja de almendras fritas de Cesárea, su madre, que ha cumplido cien años y de la que admiro la fortaleza de ánimo ante la desgracia y la física, que sea por muchos años. Cuando mi padre en 1954, adelantado al futuro, rodó una película que tituló Mi familia y en la que recogió imágenes de todos los miembros de ella y allegados, incluyó imágenes de Paco. En la película, en una acción sugerida, el niño que fue, de pantalón corto y con unos doce años, calculo, se le ve encendiendo un cigarrillo. Quizá una metáfora de su propia vida. Porque su característica fue la prisa. Paco adolescente, pionero en el bullir de la sangre; sus novias eran nuestra envidia. Paco, el primer empresario de ocio montando una discoteca en el pueblo donde danzamos el rock and roll y el twisse ¿se escribe así? y la yenka. ¿A qué tanta prisa, Paco, también ahora al irte?

Paco tuvo una época juvenil, llamémosle gloriosa, con amigos como el exalcalde Juan García Caballero o el dúo célebre de la copla, Juan y Emilio, Los Gemelos del Sur, que hicieron célebre La mentira piadosa; tiempo en los entreactos de sus clases en la escuela como maestro que fue. Vida a borbotones, rápida y movida. Y luego, en la madurez, fraternal querencia con 'murcianos de dinamita', que diría el poeta, de la talla de Paco Rabal o Pedro Guerrero, para completar el ciclo natural de su existencia. Como un rayo de luz innecesaria han pasado estos años, largos pero efímeros.

Todo ello lo recordaba, como un libro autobiográfico, en el abrazo emocionado que le daba a su hermana Juana en noche tristísima. Dicen que hay que mirar a la muerte con naturalidad; les aseguro que, a veces, el asunto, se hace cuesta arriba.Hasta siempre, Paco.