Es momento de balances. Un año termina y otro empieza, y, en paralelo, tenemos las Navidades que, más allá del sentimiento o la devoción religiosa, constituyen una etapa de pensamientos profundos, de resúmenes y de recuerdos, así como propicia para ensalzar nuestras enormes potencialidades. Lo cierto es que hemos de mirar este fin de ciclo como el mismo inicio de otro, con la fortuna de compartirlo con los seres queridos. Es verdad que todos no están, pero, indudablemente, somos herederos de los eventos que nos regalaron, de sus genes, de sus amistades, de sus ejemplos, de sus sonrisas, de sus desvelos también.

No es fácil felicitar en estos derroteros de crisis y de ausencias. No obstante, lo mejor del ser humano es su capacidad de superación de los obstáculos. De todos aprendemos: el anhelo es que nos formemos en positivo, con ilusión. Ser felices con lo que tenemos es la máxima, aunque el consejo que nos venden sea hacer todo lo que esté en nuestras manos para prosperar.

Desarrollemos, en estos días, suficiente cariño, y, si puede ser, que lo es, todo el año. Hagamos examen de conciencia y asumamos el propósito de enmienda que sea menester para avanzar desde la consideración social del bienestar como sustento común.

No olvidemos a los más débiles y desprotegidos. Ahí podemos estar todos. No dejemos atrás la coherencia, el amor y la amistad por y para nosotros mismos y para los demás. Las grandes causas necesitan de todos nosotros, por pequeños que nos manifestemos.

Busquemos el calor del hogar como cimiento del futuro. El sacrificio y la entrega suponen unos óptimos oficios a medio plazo que nos han de emplazar en un mundo de sueños hechos realidad, porque en verdad tenemos energías y habilidades para arribar a cualquier puerto. Elijamos, por ende, bien, oportunamente, sin prisas, y dándonos segundas oportunidades.

Celebración

El ser humano es la medida de todo. Esta etapa de celebración debe servir para recordarlo. Algunos de los que queremos andan lejos, pero meditemos en paralelo que, con pensarlos, mientras atendamos sus ideales, estarán un tanto con nosotros. Nada malo es eterno. Las frustraciones son mezquinas colegas que no hemos de coger del brazo. Si acaso hemos de contemplarlas para decirles que no les tenemos miedo. El terror no contribuye a solventar nada que sea valioso.

En este tiempo de caricias, de abrigos, de pensamientos que fluyen con entusiasmo, hemos de aliviarnos viéndonos en comandita. Respiremos profundamente.

Demos, asimismo, tregua a los malos rollos, y edifiquemos esa fortaleza que se alza con la concordia, la cesión y los abrazos literales e imaginarios.

Hagamos, en consecuencia, que el espíritu de la Navidad nos conduzca por doquier sin complejos y con jovialidad. Lo importante, amigos y amigas, es que esto no se quede en palabras. La credibilidad se alcanza con los acontecimientos y las actividades cotidianas.

No esperemos a mañana para mejorar lo pendiente. Es ahora, aquí, ya. Seguro que si lo hacemos, si todos lo realizamos, esbozaremos más sonrisas, y con éstas recorreremos los caminos que hagan falta. ¡Felices fiestas y buen año entrante!