Lo mejor de una brújula no es que indique el norte. Lo mejor de una brújula es que al indicar el Norte nos permite saber dónde están los demás puntos cardinales. Nos permite situarnos en el mundo. «Estoy en la noche e intento ver claro», dijo Camus. Con su pensamiento arrollador, Camus fue siempre una luz que taladraba las tinieblas. Su obsesión: conjugar libertad individual y justicia social.

Mathias Énard, francés políglota afincado en Barcelona, tiene una brújula que siempre marca el Este. Con esa Boussole, convertida en novela, acaba de ganar el Prix Gongourt, uno de los más prestigiosos de Francia. Énard forma parte de los que sueñan con un Oriente idealizado unido por unos lazos muy fuertes con Occidente. O sea, lo que otros han llamado una alianza de civilizaciones. Es de los que nadan contra corriente en estos tiempos convulsos, con redobles de tambores de guerra de fondo. Por eso no hay que dejar de leerlo. Este libro pide a gritos que lo abramos y nos sumerjamos en sus aguas turbulentas.

Mientras tanto, busco como Camus un poco de claridad en esta penumbra. Para ello hay que desempolvar la brújula. La personal, la intransferible, la que llevamos dentro y se ve tantas veces alterada por campos magnéticos distorsionantes. Por la cascada de acontecimientos que dislocan, retuercen, desajustan lo que somos y pensamos. Pero sobre todo no confundamos brújula y veleta. La veleta la mueve el viento exterior. La brújula, las corrientes profundas de nuestro pensamiento.

¿Hacia dónde apunta estos días mi brújula? Estoy convencido de que hacia donde siempre: hacia la libertad. Para ella «sangro, lucho, pervivo», dijo Miguel Hernández, cuando el fascismo quería arrebatarla. Para preservarla de unos fanáticos integristas tenemos que movilizarnos nosotros ahora. Interviniendo contra un mal llamado estado religioso que acribilla a jóvenes que bailan en una sala de fiestas o que toman una cerveza en la terraza de un bar. Que esclaviza a las mujeres y convierte en suicidas a sus súbditos.

La cuestión es cómo. Porque tras el paréntesis electoral habrá que tomar decisiones importantes. Como por ejemplo, si bombardeamos o no. Si apoyamos un ataque terrestre en Siria o no. En definitiva, si apoyamos o no la guerra que Francia ha declarado al Estado Islámico tras la masacre de París.

Hablar de los errores pasados siempre será una necesidad. Explican lo ocurrido y por qué hemos llegado donde estamos. Ayudan a comprender por qué Irak o Siria eran países sin terroristas ni armas de destrucción masiva y ahora gran parte de sus territorios son la cuna de un Estado que quiere aniquilarnos. Pero analizado el problema, lo que se plantea ahora es qué hacer. Está por un lado la solidaridad con Francia, cuyo enemigo es también nuestro. Y por otro, el «no a la guerra», que vuelve a sonar en nuestras calles. El pacifismo, las razones humanitarias frente a la respuesta bélica de no permanecer de brazos cruzados mientras nos atacan.

El dilema exige que cada uno de nosotros vuelva a echar mano de su brújula. Quiero creer que lo bueno de la mía no es sólo que sigue apuntando hacia la libertad, ahora amenazada, sino que al apuntar hacia ella me permite saber dónde están la igualdad, la fraternidad y la justicia. Los puntos cardinales que conforman mi geografía interior y me sitúan en el mundo. Un mundo por el que, no me cabe ninguna duda, merece la pena seguir luchando.