En aquellos tiempos ir al médico era un suceso extraordinario que sólo ocurría cuando uno estaba enfermo, e incluso grave. Pero revisemos los medicamentos que, tras la visita, habíamos comprado en la farmacia: habrá allí endiciones, seguramente de picilina, algún frasco de gotas y un ingüento y supositorios y quizá una botellica de agua de Carabaña. Aunque también podría haber medecinas sólidas, que el médico„ahora conocido como doctor„ llamaba grajeas, comprimidos o cápsulas, según su formato, guardadas en recipientes de cristal, más tarde suplidos por los de plástico.

Pero nosotros todo este arsenal pastillero preferíamos clasificarlo en píldoras, cláusulas y sellos. Sí, sellos, que en un principio eran un conjunto de dos obleas que encerraban una dosis de medicamento, nombre que luego extendimos a toda pastilla de forma redonda y aplanada y de tamaño más bien considerable. Así que si ponen atención quizá oigan a la abuela pidiéndole a su hija que le traiga agua para tomarse los sellos o recordándole que hay que darle los sellicos al nene. Voces que a ustedes les parecerán invenciones y sueños, porque ya no se recuerdan ni los sellos de correos.