Un pacto o contrato requiere una serie de condiciones para que sea legítimo:

Debe darse entre iguales, ser recíproco y equitativo, puesto que es un intercambio que ha de beneficiar a ambas partes de modo justo y la Justica es proporción. Debe ser libre, sin coacciones ni amenazas de exclusión o violencia, puesto que hay que elegir en igualdad de oportunidades. Sin igualdad la libertad es mentira. No puede ser vitalicio; han de marcarse las condiciones del derecho a la resistencia, a la revocabilidad o rescisión del contrato sin penalizaciones abusivas.

Estas condiciones quedaron marcadas a partir de la Ilustración en las democracias y las constituciones para fundamentar abolición de la esclavitud y darle poder y autonomía al individuo, al propietario que lo será también de la que elija como esposa.

Libertad, igualdad y fraternidad de los hombres proclamada y sostenida por la otra mitad menor de edad del género humano que, al no ser reconocida como esclava sólo puede aspirar a tener un buen amo.

El universal genérico por el que Locke, padre del liberalismo político sostiene que los hombres nacen libres e iguales, no será inclusivo formalmente hasta gracias a Eleanor Roosevelt, y no sin resistencia, en la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 se afirme que los seres humanos, también las mujeres, tenemos los mismos derechos, la misma humanidad, podemos ser mayores de edad y, por tanto, hacer contratos en pie de igualdad.

Pero de la igualdad teórica a la práctica y real va un gran trecho. Durante siglos y, en la mayor parte del mundo, el matrimonio o la vida en pareja se percibe como único destino al que han de dar su consentimiento de servidumbre voluntaria la mayoría de las mujeres, un contrato de esclavitud, un contrato sexual en el dominio privado que posibilita el contrato social de los varones intermediarios en el ámbito público y político.

Una estafa adornada para hacer de la necesidad virtud y de la esposa una mujer agradecida y sumisa, so pena de estar disponible para cualquier otro. Por eso, la fuerte resistencia a legalizar el divorcio, la fuerte reacción violenta expresa o más sutil cuando las mujeres de antes y de hoy deciden emanciparse y no callar, cuando deciden no ser sumisas ni mercancías de un neoliberalismo depredador.

En la actualidad Carol Pateman y otras muchas investigadoras sociales y filósofas feministas sacan a la luz las causas sociales que explican el origen y sustentan la poderosa inercia de este tremendo mal social. Hoy consentimos las violencias y las mantenemos cada día cuando no construimos un nuevo contrato personal y político, cuando no exigimos el derecho de todos los seres humanos a tener derechos.

Desde el siglo XVIII cuando Olimpia de Gouges fue guillotinada por vindicar el derecho de las mujeres a subir a la tribuna y reclamar la ciudadanía por la que habían luchado en la Revolución Francesa, miles de mujeres han sido y son asesinadas o sufren violencias de distintos tipos por la misma causa, por el mismo atrevimiento de exigir igualdad de trato, el mismo tipo de contratos, los criterios morales y políticos que se deben reconocer de forma expresa o implícita en toda relación porque sin respeto el amor es mentira.

Paradójicamente, y no es nuevo, cuando parece que hemos avanzado el patriarcado muta y la reacción neomachista lanza una campaña masiva para marcar como naturales los papeles y expectativas que cada persona debería tener la oportunidad de crear. Se hipersexualiza a las niñas en la publicidad como muñecas imposibles y anoréxicas pero deseables, se transmite a los varones modelos de vigorexia competitiva y violenta en los videojuegos, cuando unas y otros crecen se asocia el sexo a la violencia en millones de imágenes cotidianas. Se relanza un imaginario medieval donde el pensamiento mágico, supersticioso y heroico nos lleva a creer que no podemos ni debemos elegir y responder por nuestras decisiones Cuando nos encontramos de frente con conductas violentas, las banalizamos al atribuirlas a un trastorno o accidente casual, un suceso singular más o menos morboso. Cuando las violencias son reales, no solo virtuales, y se ha naturalizado la humillación, un círculo de miedo y de angustia gobernado por lógicas de guerra en las que somos a lo sumo un botín o un entretenimiento, nos atrapa.

La mayoría de las mujeres sufren de manera episódica o continuada acosos y abusos Sus males son diagnosticados como personales; descalificaciones, ansiolíticos, dietas, cosméticos. Cada día las órdenes impersonales nos recomiendan por las buenas o por las malas asumir lo que hay. La amenaza de exclusión persigue a aquellas que no se ajustan a la doble moral rosa y azul que impera.

Ahora peligra nuestra supervivencia como especie y tenemos un mandato de solidaridad e inteligencia colectiva. Ahora es el momento de una transformación profunda y valiente hacia un nuevo modelo económico y político. Un nuevo Contrato Social inclusivo que cambie las estructuras piramidales de agresión y desconfianza por estructuras circulares de cooperación, conciliación, representación y corresponsabilidad. Por eso Madrid es hoy aullido violeta, un grito desgarrador que, hay que tener muy mala fe para no oir. Queremos vivir en paz , ganaremos todas y todos, ganará el Planeta. ¿Sumas para multiplicar o callas para dividir? Uno más para ni una menos.

Es tu decisión, es tu responsabilidad. Lo que haces o consientes nos afecta a todos y a todass. Porque, el cambio será feminista o no será.