El insigne literato Pío Baroja afirmó con seguridad que el problema del provincionalismo se subsana con un par de maletas, y no es otra cosa que afirmar con rotundidad que cuando dejamos de ser egocéntricos y no nos miramos siempre nuestros ombligos acabamos comprendiendo que los demás existen y sobre todo que los demás también tienen ombligo y necesidades.

Observando la ruleta cíclica e interminable que supone la civilización humana desde su origen podemos discernir diferentes épocas, edades o periodos históricos; pero siempre con un denominador común: «Como nuestro pueblo, ninguno», «Como se vive en mi ciudad, en ninguna», «No existe región más bella que esta», «Todo el que conoce este país no se va de él», «No hay parangón en el mundo para nuestro pueblo», «Nuestro pueblo tiene un ADN especial», etc..

Nos hemos desfondado en guerras y batallas luchando por un trozo de tierra, que no es más que eso, tierra inerte que permanece ahí sean quienes sean los moradores. Hemos destrozado una y mil veces obras de arquitectura, poblados, murallas, castillos o moradas de supuestos enemigos en causas o cruzadas banales. Se nos ha pasado el tiempo en intrigas, luchas, conspiraciones, golpes de Estado y terrorismo inhumano; en pro de luchas territoriales, rasgos culturales, mayorías naturales y banderas multicromaticas. Y todo por seguir expresando el grito más despreciables del ser humano: «esto es mío y sólo mío».

Las muchedumbres han caído en las redes del adoctrinamiento arcaico, rancio y bisoño a base de promesas de paraísos nacionales o étnicos que nunca han existido y que para desgracia de los sufridos luchadores nunca existirá, pues los paraísos son sinónimos de lugares idílicos, celestiales o cuasidivinos, mientras que los seres humanos tenemos rasgos terrenales y nuestra esencia nos impide dejar de lado el egoísmo, la vanidad, la lucha por el poder y la defensa de un territorio hasta la extenuación.

Estos rasgos no son los preconizados precisamente por ningún dios se llame Alá, Yhavé, Buda o Dios Padre.

Me produce tremenda tristeza e impotencia ver que los niños son succionados por la maquinaría pedagógica hasta lavar la materia gris y convertirla en un recipiente craneal que rezuma odio, venganza y desprecio a la bandera ajena, al territorio vecino y a las gentes que lo pueblan; sin más motivación que un despecho histórico de falacias panregionalistas.

Si echamos una mirada a nuestro planeta azul mezclado con rojo del sufrimiento humano, divisamos innumerables heridas y desgarros por todas partes. Los volcanes provincianos, étnicos o nacionales expulsan constantemente lava de dolor solidificada postreramente en mutilaciones irreversibles. No dejan de correr ríos de llanto amparados en pugnas cainitas. ¡Amaros los unos a los otros nos han enseñado!... Hoy parece que nos hemos olvidado y lo hemos transformado en ¡Armaros unos contra otros!

Proliferan por doquier grupos de liberación, frentes de insurgencia, pelotones para la revolución, ejércitos para la libertad y bloques para la salvación nacional; y bajo el eje similar del odio al otro, la lucha por la tierra y en pro y para el pueblo ¿pero nadie preguntó al pueblo si desean las luchas, las armas, el dolor, las violaciones masivas, los atentados bombas, las artimañas mafiosas o los estados de sitio?

Se atribuyen la esencia de su pueblo, ciudad o nación cuasi por designación divina. «Nosotros, los defensores de la patria», «Nosotros como garantes de la pureza racial»... y así repitiendo una y otra vez hasta la saciedad: nosotros, nosotros, nosotros y seguimos mirándonos el ombligo.

Cuando seamos capaces de transformar el nosotros por todos, el yo por el tú y el nuestro por del de todos, empezaremos a cambiar un mundo que tampoco es el único que posiblemente exista y menos el mejor de los posibles. Si somos capaces de levantar nuestra mirada y cambiar la visión de nuestro ombligo por la barriga de los demás observaremos que poseen una barriga como nosotros, brazos como los nuestros, corazón como los demás y pensamiento similar al resto de los humanos de cualquier parte del planeta.

El mejor antídoto a la lucha fratricida por un trozo de tela pintada, a la descarnizada batalla por fronteras, dioses o ADNs o a la infantil pugna por lenguas, idiomas, vocablos o dialectos es adquirir un par de maletas y asomarse por otras tierras, pueblos, etnias, idiomas o costumbres para empaparse de amor, tolerancia, aceptación de lo diferente, relativización de los vocablos, insignificancia de la etnia y por supuesto de inundarse de cooperación, solidaridad y fertilidad compartida.

Cuando somos capaces de justificar la muerte de un ser humano como herramienta para perseverar o anexionar un pedazo de tierra o costumbres no percibimos lo esencial de la lógica y ética mental: la tierra seguirá ahí a pesar de nuestra insignificante permanencia en la vida, y las costumbres (aunque inherentes al pueblo) cambian.

Si retomamos nuestro viaje por otros pueblos comprenderemos que nada tiene mas importancia que ser ciudadano del mundo, de cualquier lugar, sin bandera que nos marque como al ganado; sin territorialidades opresoras, sin leyes exclusivistas, sin ciudadanos de segunda y con un único objetivo: que las maletas se vuelvan viejas de tantos lugares conocidos y sin pegatinas diferenciales; sólo cargadas de emociones, sensaciones, olores, paisajes, sueños y deseos de cada uno de los miles de rincones que cohabitan en la tierra.

Así se podrá declamar a los cuatro vientos: «Mi pueblo es uno más de esta tierra compartida, mi ciudad otro grano de arena en la playa mundial y mi lengua es una muestra más del deseo de compartir experiencias».

En resumen, ¡ levanta tu vista, sal de tu entorno y pisa otros barros y descubrirás otro prisma para vivir y además con amplitud de miras tu mente evolucionará.! ¡Buen viaje, desgasta muchas maletas y a disfrutar!