Vivimos pendientes de cosas tan absurdas que pueden pasar varios días sin que nos percatemos de qué cosas son las que realmente nos deberían preocupar. Las que todos los días deberíamos hacer como si fueran el último día. Estás pendiente de un e-mail, repasando unos datos necesarios para completar tu trabajo, se te pasa el tiempo para cumplir con alguna de las cosas que tenías que hacer, un coche aparca delante de ti, recibes la llamada que no es, no te sale nada de las tres o cuatro cosas que tienes que resolver para cumplir con lo que te has propuesto y no sale nada, o todo sale al revés, y te enfadas, y pierdes el tiempo, y seguramente haces que otros a tu alrededor compartan ese absurdo estrés. A veces, es inevitable y esto, también es vivir, pero entonces, en alguno de esos momentos que te dejan todas las semanas paras y miras a lo lejos sin mirar a ningún sitio, y te encuentras. No suele ocurrir porque tú quieras, lo jodido de esta vida es que ocurre porque pasa algo que te hace recapacitar y recordar cuales son las prioridades, a pesar de que las tengas delante todos los días.

Pablo lucha por recuperar su vida en una cama de la UCI. Su familia aprieta los dientes y los puños sin poder preguntarse por qué, y sin que merezca demasiado la pena hacer otra cosa que confiar en su lucha. Salir en bici, un instante mal escrito por el destino, y todo cambia. Todo se resquebraja y queda la verdad cruda de lo volátiles que somos. Y el ejemplo de Pablo es uno entre miles. Entre millones. Luchas por recuperar una vida, una vida, que seguro, ya no será la misma. Una vida, que espera y que puede ser mejor siempre. Un chaval de siete años reía en su cama, con su pijama de hospital, agarrado a una máquina con un suero de color tibio susto y rabia, mientras Golosino hacía de las suyas en una representación de Pupaclown para otros veinte niños que han hecho una parada en su corto camino, junto a sus familias y los que les cuidan y curan. Al mirarle sólo puedes ver a los tuyos y retener un balón de aire comprimido que sube por el esófago y se guarda ahí, donde luego sale convertido en fuerzas para saber qué es lo que hay que hacer en esta vida.

Ocurre siempre porque hay señales en todas partes, para quien quiera verlas. Señales que, menos mal, nos hacen parar en esa vorágine monótona para entender que lo único que importa es ser feliz y hacer que lo sean los demás. Lo he escrito muchas veces, y es que lo sabemos, pero no lo decimos lo suficiente, ni lo hacemos las veces que deberíamos. Este domingo toca dar las gracias y apretar mucho los dientes y los puños para que Pablo se recupere, y con él, tantos y tantos que estos días están luchando de verdad por seguir viviendo una vida repleta de felicidad, en cualquiera de sus destinos. Porque, como sea, siempre hay una oportunidad para disfrutar y ser feliz.

Vale.