De las recientes elecciones catalanas, extraigo tres conclusiones. La primera la referencio a partir del retorcimiento de los números que han llevado a cabo los dos polos enfrentados en estos comicios a fin de enquistarse en las posiciones rígidas que mantenían con antelación al 27S.

Efectivamente, los independentistas se aferran a la mayoría absoluta que habrían obtenido en diputados, así como al hecho de que el sí explícito a su posición habría obtenido el 47,8% de los votos, mientras que el no expreso habría alcanzado el 39,17%. Hay una parte de verdad en este argumento, y es que el apoyo claro a la independencia habría alcanzado un número de votos mayor que el no rotundo. Pero lo cierto, como expresan las CUP, en la medida que las elecciones se habrían planteado como un plebiscito, el hecho de que los votos secesionistas no hayan alcanzado la mitad más uno, deslegitima el inicio de un proceso tendente a la declaración unilateral de independencia.

En el polo del No también juegan alegremente con los datos. Así, una vez constatado el porcentaje exacto obtenidos por los independentistas, deducen que lo que resta hasta el 100% obedece a voto 'unionista', de manera que enfrentan aquel 47,8% con un presunto 52,2% que habría votado contra la independencia. Y eso no es así. Los votos obtenidos por Catalunya Sí que es Pot, incluso algunos de los que corresponden a UDC, son de difícil adscripción. Pueden ser tanto soberanistas como sus contrarios. Es más: el cabeza de lista de la coalición que aglutinaba a Podemos, ICV, EUiA y Equo, aseguró, durante la campaña electoral, haber votado sí el pasado 9 de Noviembre. Los hechos incontrovertibles son dos: el independentismo expreso no llega al 50%, pero la suma de éste y de quienes abogan por el derecho a decidir se sitúa casi en el 60%.

En este contexto de bloqueo, y aquí me adentro en la segunda de las conclusiones, no cabe ni una fuga hacia adelante de Mas y los suyos declarando unilateralmente la independencia, ni la parálisis inflexible del PP negándose a adoptar una posición negociadora. La clave del desbloqueo reside en ese casi 10% del electorado que simplemente ha votado por que los catalanes y catalanas decidan. Es un porcentaje pequeño, pero que ha equilibrado el fiel de la balanza en la medida que no ha dado una mayoría absoluta de votos a los independentistas, pero ha dejado a los constitucionalistas por debajo de aquéllos. En consecuencia, marca el rumbo de los acontecimientos en la medida que remite a una consulta al pueblo catalán en la que a éste se le pregunte única y exclusivamente qué relaciones quiere mantener con España.

Simplemente lo que se ha hecho en Escocia, donde su población ha ejercido, a través de un proceso negociador con Cameron, su derecho a la autodeterminación, a pesar de Felipe González, que no podrá encontrar en el Reino Unido el gulag estalinista que, según él, es el único escenario posible del ejercicio de ese derecho. Por consiguiente, la salida del laberinto catalán está ahí cerca, cruzando el Canal de la Mancha.

Esa consulta sería un auténtico bálsamo político, como lo ha sido en aquella tierra británica, por cuanto estabiliza la situación. Si no se aborda, la inestabilidad y la tensión territorial se mantendrán indefinidamente.

La última reflexión alude a la situación de la izquierda catalana. Ésta ha obtenido un mejor resultado que en 2012 por el ascenso de las CUP. Y si bien la situación catalana no es extrapolable al conjunto de España, lo cierto es que el fracaso de Catalunya Sí que es Pot pone de manifiesto, a mi entender, que la unidad popular no puede ser una mera suma de siglas (ahí está el ejemplo contrario de Barcelona en Común), ha de soportarse en liderazgos de prestigio y tiene que ser claramente rupturista y alternativa, eludiendo los discursos ambiguos y tibios, pues estamos en tiempos de grandes males que requieren de grandes remedios.