De viento impetuoso, repentino y de corta duración. La climatología nos ha servido generosamente unas raciones que nos han dejado casi sin aliento. Las diferencias abismales de temperatura, de un día para otro, han revolucionado los armarios en busca de la cuasi olvidadas prendas de abrigo. No estamos acostumbrados a quedarnos helados, aunque sí petrificados ante otras ráfagas que alteran el comportamiento humano hasta límites increíbles. Vivimos en una sociedad súpercomunicada con una gigantesca cantidad de información, imposible de digerir ni tan siquiera dirigir por nadie. Somos torpedeados por millones de mensajes de todo tipo y condición, con capacidad para deformar e incluso destruir nuestras relaciones personales más genuinas. Junto a este aparente catastrofismo, las mismas redes que pueden enredarnos, se convierten en tabla de salvación para multitud de proyectos. El mensaje principal queda fuera de toda ráfaga de intereses económicos o políticos. Tampoco tiene nada que ver con los que enarbolan el sentimentalismo tabloide ni con los que no respetan la intimidad de las personas.

El buen emisor respeta la libertad y capacidad de elección que tiene el buen receptor. Aquí está el fundamento de la buena comunicación; la formación a lo largo de las distintas etapas de nuestra vida, como una constante que nos ayuda a equilibrar ser y parecer, a elegir o rechazar, a fijarnos o pasar por alto, a empeñarnos con inteligencia, voluntad y corazón en aquello que nos proponemos, con capacidad para superar errores y volver a intentarlo de nuevo. Muchas veces tendremos que ponernos a cubierto de ciertas ráfagas de insensatez, ignorancia e incluso mentiras con falsa apariencia de verdad. Otras, habrá que argumentar la validez del compromiso a nobles ideales sin pérdida de libertad alguna. Parece increíble pero hay quienes piensan que en la vida todo es jauja, funcionando a ráfagas de caprichos y deseos, con el pseudo carné de me apetece o me cansa sin más. Incongruencia tras incongruencia, deslumbrados por los mensajes más inverosímiles. Un modo de complicarse la existencia por nada y hastiarse sin disfrutarla.

Porque la vida, como las monedas, tiene su cara y su cruz, solo que nunca se deprecia y su valor sigue siempre en alza. Encararla con confianza es lanzar al vuelo la felicidad que disfrutamos cada día, al tiempo que nos empeñamos en la grata tarea de hacerla llegar a los demás. Ráfagas.