El gentilicio murciano en los años de la autarquía y el desarrollo industrial de Cataluña se usaba en un sentido gremial para designar, con carácter peyorativo, las clases más bajas concentradas en los arrabales. Juan Marsé arranca su obra Últimas tardes con Teresa introduciendo al lector en esta realidad de clases de una España en la que brecha norte-sur un abismo; dos mundos en un mismo país, dos realidades opuestas una de la otra. Con demasiada frecuencia cuando uno sale fuera se encuentra con las reminiscencia de aquello. No es tan sólo un asunto de imagen o prensa sino, que más allá de los estereotipos, en esta región „y no sólo en esta„ existe un ente con idiosincrasia propia que la empuja a los bajos fondos de los que en muchos, demasiados, órdenes no ha conseguido salir.

En el ámbito político regional se hace posible casi todo con reincidencias que, muy lejos de sonrojar, parecen colmatar de orgullo. El hecho de que España haya hecho el ridículo internacional inaugurando dos aeropuertos sin aviones „Ciudad Real y Castellón„ no parece impedir que el consejero de turno „esta vez le tocó a Campos, pero le habría tocado u otro de haber ocupado la misma silla„ anuncie la apertura de un aeropuerto al que, ya si eso, llegarán aviones aunque sean de papel. Como galería comercial podría tener cierta utilidad de no ser porque se emplaza en mitad de la nada y de estar la zona más que servida de estos equipamientos. Tampoco produce indignación los claroscuros del proyecto del AVE „esa línea de tren eléctrico que nos ha costado más de 15.000 millones de euros, no ha resuelto la miseria ferroviaria de la Región ni tiene intención de hacerlo, recorrerá casi 600 kilómetros para llegar a Madrid y ahorrará poco más de una hora de viaje„. Más bien al contrario, al igual que el cuento de Corvera sólo importa la foto rauda e inmediata con grandes pancartas de bienvenida en las balconadas de pueblos y ciudades, una verbena y una misa de acción de gracias. Todo tan berlanguiano.

Tampoco parece importar en cuestión de imagen que un exconsejero con asuntos que arreglar con la Justicia use la sede de su partido para una comparecencia de altivez desmedida. Menos interés recaba todo lo que concierne a la ´recuperación´ de Lorca. Resulta hilarante que alguien con cierto sentido de la coherencia, esa de la que carecen los interlocutores oficiales, pueda hablar de recuperación de una ciudad que lleva décadas, más de seis, a la cola con respecto a las ciudades de su mismo rango. Si bien en cuarenta años de democracia todas las Administraciones no sólo no han sido capaces de recuperar su centro histórico sino que con sus actuaciones han acelerado de forma inaudita su destrucción hasta llegar al estado de presente.

Un dato que debería pesar en los irresponsables que nos gobiernan es la pérdida irreversible de la integridad y fisionomía en medio siglo de un recinto de 700.000 metros cuadrados (el doble que la ciudad intramuros de Ávila o que la ciudad antigua de Santiago de Compostela).

Pues bien, tanto el Ayuntamiento y la Comunidad Autónoma no contentos con la desidia actual están dispuestos a aprobar una ordenanza menos proteccionista con el escuálido patrimonio que queda en pie. Debe ser que el marco actual les ha resultado excesivamente férreo para acabar de materializar el sinsentido urbanístico que ha favorecido la sustitución de una estampa medieval-barroca por otra similar a la de cualquier horrenda masa de ladrillo y hormigón que pueblan España de norte a sur.

Mientras se perpetúen en el tiempo conductas como éstas y sus culpables, de todos los colores políticos que han pasado por nuestras instituciones, sean premiados con solícitas mayorías y retiros dorados en instituciones nacionales y europeas la Región de Murcia seguirá luciendo ese sambenito entre las montañas de estiércol por las que a los almirantes del navío les gusta retozarse. Y seguirán entonando la coletilla de que nos tienen manía. Sin pudor.