Nadie lo conocía en El Argentino, o por lo menos nunca se habían fijado en aquel hombre algo cargado de espaldas, de mirada torcida y voz susurrante que al terminar el café de la mañana comenzó su perorata al principio con voz tenue pero que fue alzando poco a pocoÉ

-De sobra lo sabéis, lo habéis sabido siempre, así que no os escandalicéis ahora. Mirad si no a vuestro alrededor: vuestros Gobiernos precisan de la oposición, de comisiones de control, vuestros jueces un tanto de lo mismo y todos ellos de la constante fiscalización de la prensa. Decís con la boca pequeña que confiáis los unos en los otros y no paráis de vigilaros de todas las formas posibles. Os apuntáis a los rumores, las verdades y las medias verdades siempre y cuando martiricen al otro, al de enfrente, al diferente. Aplaudís las miserias del vecino en nombre de la justicia y la razón. Creéis vivir un mundo de convivencia por la hermandad, cuando solo sois lobos rabiosos hambrientos de carne humana. No, no os hagáis los locos, está en vuestra naturaleza: el egoísmo, lo insolidario, la envidia y la violencia. No son las reglas las que os oprimen, al contrario, os protegen de vosotros y del demonio que os habita. Soñáis con liberaros de las esclavitudes de las leyes sociales para vivir felices, salvajes y felices, y eso es lo que sois, salvajes infelices necesitados del amo que os apacigüe, os ordene, os dé órdenes y cree la ilusión de que podéis elegir. Reconocedlo, vuestro mundo es la desconfianza, el infierno está en el otro, en su mirada vigilante. ¡La paranoia es la base de cualquier democracia!

Se marchó sin dar pie a ninguna respuesta pero Enrique, el veterinario, creyó reconocerlo: "Ese es Tomás, el del abrigo de piel de lobo. Sí, estoy seguro, es Tomas Hobbes, que ha vuelto. Y me parece que para quedarse.